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Gobernar en prosa: En el Chile de Boric ahora viene lo difícil

Por 13 de abril de 2022 abril 17th, 2022 Sin comentarios

Roberto Herrscher

 

El inicio del gobierno de Gabriel Boric muestra las dificultades de vencer los tremendos desafíos de un país enfrentado a numerosas crisis. Algunas centenarias, otras que vienen de los remezones del estallido social de 2019 que llevaron al poder a su grupo de dirigentes estudiantiles de hace diez años. Se acabó la poesía de los días inmediatos al triunfo: ahora hay que gobernar en prosa.

No había pasado una semana desde este 11 de marzo en que se instaló el gobierno de izquierda, cuando ya apareció la primera crisis. Su ministra del Interior, la ex presidenta del Colegio Médico Izkia Siches, viajó el 15 de marzo, casi sin preparación y sin avisar a quienes debía, a lo más profundo del conflicto mapuche: la localidad de Temocuiciui, donde la última vez que entró la policía de investigación hubo muertos. Y la recibieron con tiros al aire y la quema de vehículos a pocos kilómetros.
El equipo de Siches (la mayoría también médicos) le armó una reunión en la zona más violenta de los ataques a las empresas forestales y la represión forestal, con el padre de Camilo Catrillanca, el joven comunero mapuche asesinado por un comando policial el 14 de noviembre de 2018. Pero para entrar en el territorio la negociación y el permiso no eran con Marcelo Catrillanca sino con los líderes de la zona. Incluso el mismo Catrillanca declaró después que el viaje había sido improvisado. Un periodista especializado en las interioridades del gobierno, con mucha experiencia en asuntos de seguridad, reveló para este artículo que la ministra había ido con tan poca conciencia de la complejidad y peligro de su primera misión que llevó a su bebé de diez meses.
Un baño de realidad para un gobierno de treintañeros que hace apenas una década estaban marchando en las calles, representando a la Federación de Estudiantes Universitarios en lucha contra el primer gobierno de Sebastián Piñera. Los principales ministerios ahora están en manos del grupo de jóvenes que marchaban con Gabiel Boric: Giorgio Jackson (Frente Amplio) y Camila Vallejo (Partido Comunista). Siches es de la misma generación.
El día de la toma de posesión hubo muchos gestos hermosos. Cantantes como Pedro Aznar y actores como Nona Fernández fueron invitados al evento. Las escritoras Isabel Allende y Gioconda Belli besaron al flamante mandatario. El presidente cerró su discurso en La Moneda con una paráfrasis de las últimas palabras de Salvador Allende, esas de que más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre (¡y la mujer, corrigió el feminista Boric!).
Ya había recitado poemas de Enrique Linh ante los empresarios, había recibido de regalo un muñeco de Pokemon de parte del gobierno de Japón en atención a su afición juvenil. En Argentina deleitó su afición a Los Redonditos de Ricota.

¿Otro retiro?
Mientras este número está en preparación, el Congreso chileno está discutiendo un nuevo retiro del 10 por ciento de los fondos previsionales de los trabajadores. Durante la pandemia y en contra de lo que quería y rogaba Piñera, los legisladores, incluyendo a la oposición que ahora es gobierno, aprobó tres retiros. De las escasas bolsas de ahorro que tenían en las Administradoras de Fondos de Pensiones, AFP (Chile fue el primer país que privatizó las jubilaciones en la región, y lo que cobran es una ínfima parte de los sueldos, que ya son bajos), la clase media y baja pasó las estrecheces de la pandemia comiéndose los propios ahorros.
Los diputados Boric, Jackson y Vallejo, junto con la izquierda entera, votaron a favor de los retiros. Piñera envió el tercer retiro al Tribunal Constitucional para que lo declarara ilegal, y los jueces no le dieron la razón.
Ahora Boric tiene que contar con fondos para sus planes sociales (subir las pensiones, subir el sueldo mínimo, inversiones en salud, educación, vivienda, transportes…) y su gabinete económico está en contra del cuarto retiro. Pero quiere seguir adelante con más retiros la izquierda que no está en su alianza, junto con parte de la derecha que ve en esta contradicción terreno para debilitar al nuevo gobierno y dejar al desnudo su cambio desde los principios al pragmatismo.
¿Cómo puede seguir sacando plata de los ahorros y bajar impuestos y al mismo tiempo tener capital para las inversiones? Su ministro de finanzas, el pragmático ex presidente del Banco Central Mario Marcel, le dice que aprobar más retiros es pan para hoy y hambre para mañana. Pero sus ex compañeros de bancada le retrucan que la gente tiene hambre hoy y que cuando estaban en la oposición ellos criticaban a Piñera por oponerse a lo mismo que ellos se oponen ahora.

Problemas en el sur, en el norte y en la capital
En el sur arrecian las tomas de terrenos, las quemas de maquinaria forestal y los cortes de ruta de los activistas mapuche. La represión militar y policial, el remedio de Piñera, no funcionó. Pero la estrategia del diálogo también tiene peligros. Debe aplicarse con mucha pericia y mano firme. En el norte, la invitación del ex presidente dada en la ciudad de Cúcuta en febrero de 2019 a los venezolanos (“vénganse a Chile, ¡tenemos trabajo para todos ustedes!”), provocó una avalancha migratoria, donde entraron también muchos otros, sobre todo colombianos. La frontera norte es enorme y poco vigilada. La población está angustiada. Algunos organizaron manifestaciones contra los inmigrantes y en imágenes que recorrieron el mundo, quemaron los enseres de los recién llegados, incluyendo carpas, abrigos y carritos de bebés.
Los jóvenes izquierdistas que ahora están en el gobierno se alzaron contra el discurso xenófobo y la propuesta de expulsión masiva del rival de Boric en la segunda vuelta, el ultraderechista José Antonio Kast. Esa no es la solución.
Pero sí hay un problema. ¿Y cuál es la solución?
Por ahora, el nuevo gobierno prorrogó el Estado de Excepción en el norte. Seguirá patrullando el ejército. En el sur decidieron levantarlo, y sacar a las Fuerzas Armadas. Pero todavía no se ve un plan en ninguno de los extremos de un país larguísimo cuyo Estado nunca fue capaz de abarcar los inmensos problemas de su inquietante geografía.
Y en las calles de Santiago… la transformación de los rebeldes en autoridades también tiene inmensas dificultades. Una de las más peliagudas se refiere a los insistentes pedidos del núcleo duro que llevó adelante las protestas desde el 18 de octubre de 2019. Miles de manifestantes se enfrentaron con carabineros y fueron heridos, algunos muertos, afectados en su visión, llevados a juicio… y hay un marasmo de situaciones legales dispares. Algunos tienen sentencia condenatoria, muchos están hace más de un año en prisión preventiva sin juicio, algunos están acusados o condenados de quemar o saquear negocios, oficinas públicas, iglesias, universidades, mobiliario público.
Yo mismo vi a jóvenes exaltados sacar a la Avenida Vicuña Mackenna, a media cuadra de Plaza Italia (llamada por la protesta Plaza Dignidad) muebles, bancos e incluso objetos en custodia en el Museo de Violeta Parra y quemarlos en medio de la avenida. Siento una mezcla de bronca, culpa e incomprensión por haber visto esto. Una parte de mí hubiera preferido no ver la destrucción vandálica, sin sentido, de algunos exaltados. Pensar que la violencia desmedida de los carabineros fue a columnas de manifestantes pacíficos. Pero si no todos fueron pacíficos, ¿qué hacer con ellos?
Los defensores de los “presos de la revuelta” cantan “Libertad, libertad, a los presos por luchar” cada viernes en la misma plaza, y durante días clamaban a las puertas de la Moneda Chica, el comando en el que Boric y su equipo armaban el nuevo gobierno desde las elecciones hasta la asunción.
¿Liberar a todos? Si lo hacen, buena parte de los moderados que votaron al actual gobierno van a pensar que ganó el caos, que está permitido el desorden, que se premia los destrozos e incluso los ataques físicos a comerciantes que defendían sus negocios. Si no lo hacen, el sector más radical de la protesta va a tildar al gobierno de traidor y vendido. Ya lo están haciendo.

¿Gobernar para radicales y posibilistas?
Y es que Boric y sus caras nuevas vienen con un doble mandato que parece imposible de cumplir. Por un lado, las exigencias del estallido social: un radical cambio de rumbo en materia económica, social, política, cultural, un gobierno para el pueblo y contra los grandes empresarios que vienen ganando fortunas con Pinochet y con todos los gobiernos, de centroderecha y centroizquierda, que recibieron del dictador la mano tendida de la transición pacífica, a cambio de que cambie lo mínimo. Como dijo el primer presidente democrático, el democristiano Patricio Aylwin, una transición “en la medida de lo posible”.
La calle, al menos ese es el relato heroico del estallido social, pidió lo imposible, como un Mayo del 68 sudaca y millenial. Y lo imposible suele ser… imposible, a menos que se haga un gobierno más confrontativo que el de Allende.
Del otro lado, están los políticos del ala centroizquierda de estos 30 años de democracia. Los ex presidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet le dieron su apoyo sin condiciones a su antiguo crítico feroz Boric. Ante la amenaza de un candidato ultra como Kast, nostálgico de la dictadura, que quería solucionar el problema de la inmigración construyendo una zanja, que proponía militarizar a pleno la macrozona sur, eliminar el Ministerio de la Mujer, echar atrás los logros en materia de derechos sociales… la centroizquierda votó y apoyó a los jóvenes que querían expulsarlos del poder.
Y ahora gobiernan juntos, porque buena parte del gabinete viene del Partido Socialista y de esa Concertación contra la que se rebelaron los jóvenes del 18 de octubre.
Con estos moderados ganaron las elecciones. ¿Pueden ahora darles la espalda?
¡Qué bien que estábamos durante esa larga espera de casi tres meses que empezó el 19 de diciembre, en que Boric ganó la presidencia y en la misma esquina de la Alameda donde en 1970 Allende había dado su discurso de victoria, saltó vallas y abrazó a una multitud sudorosa mientras en los parlantes sonaba música de Víctor Jara, Los Prisioneros y el genial grupo de muñecos televisivos 31 Minutos!, podría decirse mirando las cosas en perspectiva.
Pero llegó el 11 de marzo y terminó la fiesta de la asunción y fue necesario empezar a gobernar.

Congreso en contra
En lo que para muchos analistas es la sabia e incomprensible picardía del votante chileno, al gobierno de Gabriel Boric le tocó una victoria alambrada de límites, peligros y derrotas.
El mismo día en que salió victorioso en la primera vuelta electoral y le tocó la fortuna de enfrentarse a la opción que más le convenía, el ultraderechista Kast (con lo que desde el centro hasta todos los que le tienen más miedo al fascismo que a la alianza de estos antiguos estudiantes con el comunismo), se eligió por otro lado un Congreso donde el bando de Boric está en franca minoría.
Sí, en las presidenciales los viejos partidos de la Concertación de centroizquierda y la coalición de Piñera Chile Vamos, de centro derecha, salieron en cuarto y quinto lugar. Fue sorprendente que además de los primeros dos lugares, que abrían el camino a la segunda vuelta, para Boric y Kast, los aspirantes de los partidos que habían gobernado por 30 años el país, desde el momento del regreso a la democracia en 1990, no salieron ni siquiera en el tercer puesto. Ese sitio le correspondió a Franco Parisi, un tecnócrata populista que no pudo pisar suelo chileno durante la campaña por sus deudas por impago de sus obligaciones económicas con sus hijos.
Pero en las legislativas ganaron por mayoría los viejos partidos. Los viejos diputados y senadores aliados de los poderes fácticos nacionales y regionales, los candidatos puestos a dedo por las maquinarias de los partidos que tienen casi cero credibilidad y apoyo en las encuestas de opinión.
El presidente ni siquiera consiguió ganar el voto legislativo en su propia ciudad de Punta Arenas, en el lejano sur. Y esas cámaras de Diputados y Senadores, donde el nuevo gobierno tendrá que negociar cada una de sus leyes, le harán rebajar más aún las expectativas de cambio brusco y los sueños de los maximalistas.
En la noche en que asumió el poder, Boric dijo a la multitud enfervorizada que se agolpaba fuera de La Moneda que iba a ir “lento” porque quería llegar “lejos”.
Tendrá que negociar mucho y con mucha mano izquierda para lograr algo en un poder legislativo adverso. Por eso puso en la Secretaría de Gobernación, su línea de contacto con el parlamento, a su mano derecha Giorgio Jackson, su ladero durante los 8 años en que ambos estuvieron dando batalla como diputados.

El gran peligro del referéndum
Y, a diferencia de cualquier otro presidente anterior y también de los que vendrán, su gobierno tendrá que lidiar con los avances de la Convención Constitucional.
Entre los 155 convencionales (hoy 154) elegidos en mayo de 2021 y que empezaron a reunirse el 4 de julio, la relación de fuerzas políticas no es ni como fue en la elección presidencial ni tampoco como en la mucho más conservadora elección de diputados y senadores.
La gran preponderancia de convencionales independientes, que no obedecen a los viejos pero tampoco a los nuevos partidos, algo que tanto gustaba cuando se empezaron a ver tantos líderes sociales, científicos, escritores, académicos, representantes de pueblos originales, figuras emblemáticas del estallido, periodistas, ahora que cada día sale la información de cómo se está escribiendo la nueva Carta Magna, las propuestas extremas, o contrastantes, y las disputas internas en la convención, están siendo un dolor de cabeza constante en un gobierno que se lo juega todo a que el texto constitucional que salga de esa olla de elementos tan variopintos gane en el referéndum de salida.
Sí, referéndum de salida, porque en la negociación entre las fuerzas políticas que permitieron una salida pacífica y legal al estallido, se decidió que debía votarse si el pueblo quería cambiar o no la constitución de 1980, hecha en plena dictadura (el “Sí” ganó por un 80 por ciento), después se eligieron los miembros de la Convención, y cuando esta termine su labor, por ahora fijada para el 4 de julio de este año, habrá un nuevo referéndum donde se votará “Sí” o “No” al flamante texto.
Un “No” sería un desastre para el gobierno que apuesta al cambio. Pero la derecha, que perdió abrumadoramente en la votación para convencionales, ya está haciendo campaña para el “No”, mientras que los que harán campaña para el “Sí” esperan con cortesía exquisita que esté redactado el texto para empezar su movilización.
Todos los días se discuten en los medios los avances de las distintas comisiones y las votaciones en plenario. ¿Se convertirá Chile en un estado plurinacional? ¿Se respetará la justicia indígena? ¿Hasta qué grado, en qué materias? ¿Se limitará el poder del presidente, que es más fuerte que en la mayoría de los países de la región? ¿Se eliminará el Senado? (¿Puede el gobierno apoyar esta eliminación si depende del apoyo de partidos que tienen más fuerza en la cámara alta que en la baja?)
¿Habrá control político a la justicia, a los planes educativos, a los medios de comunicación? ¿En qué medida se descentralizará un país tremendamente centralizado? ¿Garantizará la constitución el agua, la vivienda, la salud, la educación, el sueldo mínimo, los derechos sociales y reproductivos?
Se han presentado cientos de iniciativas populares para incluir artículos en la nueva constitución, que van desde la inviolabilidad del dinero en las cajas previsionales (para evitar la renacionalización de las pensiones) hasta los derechos de los animales y la libertad absoluta de los grupos religiosos. Muchos de estos aportes ciudadanos están en abierto conflicto con otros (los defensores de la fe contra los impulsores de la división total entre Iglesia y Estado, por ejemplo) o con la visión mayoritaria dentro de la convención, como por ejemplo lo relativo a la nacionalización de la minería. Los debates, lógicos en un órgano con miembros representativos de grupos tan variados, crean una sensación de lentitud, torpeza y desorden que los partidarios del rechazo están explotando desde el primer día.
El gobierno de Boric tiene que proteger, apañar y acompañar amorosamente el camino de la convención sin dar imagen de estarlo haciendo, porque se supone que es totalmente independiente y la administración de turno no debería inmiscuirse.

Un mundo incierto y en llamas
Y por último, en el terreno internacional tampoco le tocó una constelación fácil al flamante gobierno chileno. El país con el que tiene más cercanía, donde tradicionalmente viaja en primer lugar un nuevo presidente de Chile, la vecina Argentina, está en una crisis importante, con un gobierno dividido en su interior (¿con cuál Fernández le conviene aparecer más amistoso a Boric, con Alberto o con Cristina?). Y no se puede descartar que en las próximas elecciones venga un gobierno “de otro palo”.
El partido en el poder en Bolivia es cercano ideológicamente, pero a nivel de Estados sigue candente la crisis limítrofe y la salida al mar. Hubo gestos amistosos con el presidente Pedro Castillo de Perú, pero su posición no es firme en su país. Todos están en crisis política, y económicamente apenas levantando la cabeza de la pandemia y el encierro. Y más con la crisis energética y de alianzas en la guerra provocada por la invasión rusa a Ucrania. Y en Brasil, al menos hasta octubre… ¡está el ultraderechista Jair Bolsonaro!
En los últimos días ya no se ve tan seguido, tan sonriente ni tan poético al presidente más joven de la historia de Chile. Debe tomar decisiones de peso, que no podrán dejar a todos contentos. Va a tener que empezar a lidiar con errores, que a veces incluso podrán llegar a ser serios, de sus ministros, que son sus queridos amigos de la lucha universitaria. Deberá ceder para conseguir algo de sus rivales, sin los cuales no podrá gobernar tranquilo.

Al final, a modo de post scriptum: Boric acaba de cumplir 36 pero ya le estoy empezando a ver algunas canas, incipientes arrugas.
Ojalá sea fuerte y sabio y siempre honesto, y ojalá el pueblo chileno, que esperó tanto, sepa ser paciente y tolerante con él.
Ya siento nostalgia del lindo tiempo de la poesía, pero hoy las letras ya se están desparramando hacia la prosa, hacia los márgenes de la hoja tirante.

Este texto fue publicado en el número de Abril de 2022 de Le Monde Diplomatique (Uruguay)

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Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.

 

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