Ficha técnica
Título: Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión | Autor: Michel Onfray | Traducción: Marco Aurelio Galmarini | Editorial: Anagrama | Colección: Argumentos | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-339-6319-2 | Páginas: 328 | PVP: 19,00 € | Publicación: Enero de 2011
Política del rebelde
Michel Onfray
«Onfray, nuestro último representante del 68, nos envía desde su Normandía natal libros de resistentes e insumisos. Es hombre de rebeliones lógicas, su compromiso libertario es sincero y su prosa, generosa. El autor de Política del rebelde es coherente consigo mismo» Philippe Petit, Marianne.
«Michel Onfray hace oír un sonido nuevo y completamente corrosivo acerca de la miseria, el paro, la delincuencia, la indigencia y, sobre todo, el cuerpo sufriente. Para quienes ya no soportan el discurso banal y afectado sobre estas cuestiones, la lectura de este panfleto moderno es imprescindible» Jérôme Garcin, Le Nouvel Observateur.
INTRODUCCIÓN
FISIOLOGÍA DEL CUERPO POLÍTICO
Aunque sin demasiada claridad, de manera confusa, turbia, sé de mi fibra anarquista desde mi más temprana juventud, pese a no haber podido nunca dar nombre a esta sensibilidad que me surgía de las vísceras y del alma. Desde el orfelinato de los salesianos, adonde mis padres me enviaron a los diez años, desde la primera vez que vi alzarse sobre mí una mano amenazante, desde las primeras vejaciones que me infligieron los sacerdotes y las otras humillaciones de mi infancia, más tarde en la fábrica donde trabajé unas semanas, después en la escuela o en el cuartel, siempre me he encontrado con la rebelión, siempre he conocido la insumisión. Me resulta insoportable la autoridad, invivible la dependencia e imposible la sumisión. Las órdenes, las exhortaciones, los consejos, las solicitudes, las exigencias, las propuestas, las directivas, las conminaciones, todo eso me paraliza, me perfora la garganta, me revuelve las tripas. Ante cualquier mandato vuelvo a sentirme en la piel del niño que fui, desolado por tener que recorrer nuevamente el camino del internado para pasar allí la quincena que había terminado por ser la medida de mis encarcelamientos y mis liberaciones.
Casi treinta años después de mi ingreso en ese internado, me noto los pelos de punta, la voluntad fortalecida y la violencia a flor de piel apenas veo asomar intentos de apoderarse de mi libertad. Sólo quienes aceptan esta carne herida, este arañazo aún sin cicatrizar y esta incapacidad visceral para aguantar cualquier influencia moral, sólo ellos pueden soportarme y vivir en mi entorno más cercano. De mí se consigue todo lo que se quiera sin exigencias, pero nada en cuanto asome la mera posibilidad de que un poder me amenace o cercene mi libertad.
Sólo tardíamente, hacia los diecisiete años, descubrí que existe un archipiélago de rebeldes y de irreductibles, un continente de resistentes y de insumisos a los que se llama anarquistas. Stirner fue para mí un sostén y Bakunin un destello que atravesó mi adolescencia. Desde que desembarqué en esas tierras libertarias, no he dejado de cavilar cómo se podría merecer hoy el epíteto de anarquista. Lejos de las opciones que datan del siglo XIX o de las marcas aún impregnadas de cristianismo en el pensamiento anarquista de los precursores remotos, muchas veces me he preguntado cómo sería, en este final de milenio, un filósofo libertario que tomara en consideración dos guerras mundiales, el holocausto de millones de judíos, los campos de detención del marxismo-leninismo, las metamorfosis del capitalismo entre el liberalismo desenfrenado de los años setenta y la globalización de los años noventa, y sobre todo los años posteriores a Mayo del 68.