
Ficha técnica
Título: Némesis | Autor: Philip Roth | Traducción: Jordi Fibla | Editorial: Mondadori | Colección: Literatura Mondadori | Género: Novela| ISBN: 9788439723332 | Páginas: 224 | Formato: 14 x 23,8 cm. | Encuadernación: Tapa dura | PVP: 21,90 € | Publicación: 11 de Marzo 2010
Némesis
Philip Roth
En el «calor sofocante de la Newark ecuatorial» una espantosa epidemia de polio causa estragos entre los niños de Nueva Jersey. Este es el sorprendente tema de la nueva y desgarradora obra de Roth: una epidemia de polio en un tiempo de guerra, el verano de 1944, y sus efectos sobre la comunidad de Newark, regida por la cohesión y los valores de la familia.
El protagonista de Némesis es Bucky Cantor, un joven responsable de las actividades al aire libre de los alumnos de una escuela, que vive volcado en ellos y frustrado por no haber podido ir a la guerra con sus coetáneos a causa de un defecto de visión. Cuando la polio empieza a asolar el patio de recreo, Roth se concentra en los dilemas de Cantor y en las emociones que una epidemia semejante puede engendrar: el miedo, la cólera, el desconcierto, el sufrimiento y el dolor.
En esta novela volvemos a encontrar el sombrío interrogante que recorre las últimas cuatro novelas de Roth, Elegía, Indignación, La humillación y ahora Némesis: ¿qué decisiones determinan finalmente la vida? ¿Hasta qué punto somos impotentes ante las circunstancias?
«Perfectamente construida y con un audaz giro al final.» J.M. Coetzee
«Posiblemente la novela más provocativa de Roth.» Kirkus Review
PÁGINAS DEL LIBRO
El primer caso de polio de aquel verano se produjo a comienzos de junio, poco después del Día de los Caídos, en un barrio italiano pobre que estaba en el otro extremo de la población donde nosotros vivíamos. En el ángulo sudoeste de la ciudad, en el barrio judío de Weequahic, apenas nos enteramos, como tampoco oímos hablar de la siguiente serie de casos desperdigados por casi todos los barrios de Newark excepto el nuestro. Hubo que esperar a la festividad del Cuatro de Julio, cuando ya se habían registrado cuarenta casos en la ciudad, para que en la primera plana del periódico vespertino apareciera una noticia titulada «Las autoridades sanitarias alertan a los padres sobre la polio», donde se citaba al doctor William Kittell, inspector del Consejo de Sanidad, quien había prevenido a los padres para que observaran detenidamente a sus hijos y, en caso de que un niño mostrara síntomas como dolor de cabeza, garganta irritada, náuseas, rigidez de cuello, dolor en las articulaciones o fiebre se pusieran en contacto con el médico. Aunque el doctor Kittell reconocía que cuarenta casos de polio eran más del doble de los que solían producirse al comienzo de la temporada, quería dejar claro que aquella ciudad de 429.000 habitantes en modo alguno sufría lo que podría considerarse una epidemia de poliomielitis. Aquel verano, como todos, había motivos de preocupación, y era necesario adoptar las medidas higiénicas apropiadas, pero aún no había razones para que cundiera la alarma que, veintiocho años atrás, habían mostrado los padres durante el brote más largo de la enfermedad jamás producido: la epidemia de polio de 1916 en el nordeste de Estados Unidos, cuando se habían dado más de 27.000 casos y 6.000 fallecimientos. En Newark había habido 1.360 casos y 363 muertes.
Ahora bien, incluso en un año en que el número de casos era el habitual, cuando los riesgos de contraerla eran mucho menores que en 1916, la polio, una enfermedad paralizante que dejaba al niño permanentemente impedido y deforme o incapaz de respirar fuera de un recipiente metálico cilíndrico -un respirador artificial llamado «pulmón de acero»-, o que podía conducir desde la parálisis de los músculos respiratorios hasta la muerte, causaba a los padres de nuestro barrio una considerable aprensión y alteraba la tranquilidad de los niños que gozaban de vacaciones veraniegas y podían pasarse el día, hasta bien entrado el largo crepúsculo, jugando al aire libre. La preocupación por las funestas consecuencias de enfermar gravemente de polio se acrecentaba al no existir ningún medicamento que tratara la enfermedad, y ninguna vacuna que proporcionara inmunidad. La polio, o parálisis infantil -como la llamaban cuando se creía que la enfermedad infectaba sobre todo a niños de corta edad-, podía atacar a cualquiera y sin ninguna razón aparente. Aunque quienes la padecían eran generalmente niños o adolescentes hasta los dieciséis años, también los adultos podían resultar gravemente infectados, como le había ocurrido al entonces presidente de Estados Unidos.