Ficha técnica
Título: Indignación | Autor: Philip Roth | Editorial: Mondadori | Colección: Literatura Mondadori | Traductor: Jordi Fifla | ISBN: 978-84-397-2163-5 | Precio: 17.90 € | Páginas: 176 | Encuadernación: Tapa dura | Fecha de aparición: 13 de Marzo 2009
Indignación
Philip Roth
La última novela de Roth nos sitúa en la Norteamérica de 1951, en el segundo año de la Guerra de Corea. Y es en este contexto donde un joven estudioso, respetuoso de la ley y apasionado, Markus Messner, inicia su segundo curso en el bucólico campus de la Universidad de Winesburg, Ohio. La pregunta es, ¿y por qué está ahí y no en la universidad local de Newark, donde se matriculó originalmente? Porqué su padre, el robusto y esforzado carnicero del barrio, parece haber perdido el juicio, loco de temor y aprensión por los peligros de la vida adulta, los peligros del mundo, los peligros que ve en cada esquina acechando a la vida de su amado hijo, no dejan avanzar a Markus. Mientras la madre, sufrida y sumamente abrumada, le dice a su hijo que los temores del padre proceden del amor y del orgullo. Sin embargo, asfixiado por la situación y el enfado de tener que seguir viviendo con sus progenitores, los abandona y; es lejos, en Newark, en la universidad del Medio Oeste, donde el joven tiene que encontrar su camino entre las costumbres y convenciones de otro mundo norteamericano.
Una historia contada con todo el ingenio y la energía creativa características de Roth, y también un sorprendente desvío respecto a las narrativas obsesionadas de la vejez y la experiencia con las que nos tiene acostumbrados de sus recientes libros. Una obra que se suma a las profundas exploraciones de Roth sobre el impacto de la historia norteamericana en la vida del vulnerable individuo.
Extracto de «Indignación»
El 25 de junio de 1950, unos dos meses y medio después de que las bien adiestradas divisiones de Corea del Norte, armadas por los soviéticos y los chinos comunistas, penetraran en Corea del Sur cruzando el paralelo 38 y se iniciaran los sufrimientos de la guerra de Corea, ingresé en Robert Treat, una pequeña universidad en el centro de Newark bautizada en honor al fundador de la ciudad en el siglo xvii. Era el primer miembro de nuestra familia que trataba de tener una educación superior. Ninguno de mis primos había llegado más allá del instituto, y ni mi padre ni sus tres hermanos habían finalizado la escuela primaria. «Trabajo para ganarme la vida desde que cumplí los diez años», me dijo mi padre. Era un carnicero de barrio para quien repartía los pedidos con mi bicicleta durante los años de instituto, excepto en la temporada de béisbol y las tardes en que debía asistir a los encuentros entre centros docentes como miembro del equipo de debate.
Casi desde el día en que abandoné la carnicería, donde había trabajado para él semanas de sesenta horas entre la época en que me gradué en el instituto en enero y el inicio de la universidad en septiembre, casi desde el día en que comencé las clases en Robert Treat, a mi padre empezó a aterrarle la posibilidad de mi muerte. Tal vez su miedo tuviera algo que ver con la guerra, en la que las fuerzas armadas de Estados Unidos, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, habían intervenido de inmediato para ayudar al ejército surcoreano, mal adiestrado y con un equipamiento insuficiente; tal vez tuviera algo que ver con el elevado número de bajas que nuestras fuerzas estaban sufriendo bajo el fuego comunista y su miedo a que, si el conflicto se prolongaba tanto como en la segunda guerra mundial, me llamaran a filas para luchar y morir en el campo de batalla coreano como mis primos Abe y Dave habían muerto durante la segunda guerra mundial.
O tal vez su miedo tuviera que ver con sus preocupaciones financieras: el año anterior se había inaugurado el primer supermercado del barrio, a solo unas pocas calles de la carnicería kosher de nuestra familia, y se había iniciado un continuo declive de las ventas, debido en parte a que las secciones de carne y volatería del supermercado vendían más barato que mi padre, y en parte al descenso general durante la posguerra del número de familias que se molestaban en mantener los preceptos kosher en su vida doméstica y compraban carne y pollos kosher en una tienda certificada por un rabino cuyo propietario pertenecía a la Federación de Carniceros Kosher de Nueva Jersey. O quizá su miedo por mí se originase en el miedo por sí mismo, pues a los cincuenta años, tras haber gozado de excelente salud durante toda su vida, aquel hombre bajo y robusto había empezado a sufrir unos accesos de tos convulsiva que, por molesta que fuese para mi madre, no le impedía tener todo el día un cigarrillo encendido en la comisura de la boca. Fuera cual fuese la causa o la mezcla de causas que alimentaban el abrupto cambio en su conducta, hasta entonces benévolamente paternal, manifestaba su miedo acosándome día y noche acerca de mi paradero. ¿Dónde estabas? ¿Por qué no estabas en casa? ¿Cómo sé dónde estás cuando sales? Eres un chico con un magnífico futuro ante ti… ¿cómo sé que no vas a sitios donde podrían matarte?