Ficha técnica
Título: Lulu| Autor: Mircea Cărtărescu| Traducción: Marian Ochoa de Eribe | Introducción: Carlos Pardo| Editorial: Impedimenta | Género: Novela | ISBN: 978-84-15130-19-2| Páginas: 160 | Formato: 13 x 20 cm.| Encuadernación: Rústica | PVP: 17,50 € | Premio ASPRO | Ver Tráiler
Lulu
Mircea Cartarescu
En Lulu (1994, Premio de la Unión de Escritores Rumanos, Premio ASPRO), Cartarescu despliega su versión de la figura del artista adolescente en la persona de Victor, un escritor asocial y torturado que parece sacado de una obra de Proust, y que vive obsesionado por Lulu, uno de sus compañeros de liceo que, disfrazado de mujer y aprovechando la fiesta de clausura de un campamento de verano en 1973, lo fuerza a un contacto sexual. Recluido en una villa de los Cárpatos, y ya convertido en un escritor de éxito, Victor intenta exorcizar a través de la escritura a los monstruos que devoran su alma. El juego del doble -encarnado en Victor, el escritor enfrentado a su «hermana gemela», la niña amputada-, de larga tradición en la literatura moderna, alcanza en Lulu una dimensión que hace de esta novela una auténtica obra maestra.
«Digámoslo desde el principio para que nadie se confunda: Lulu es una experiencia límite.»Carlos Pardo
«Mircea Cărtărescu es de todo menos lacónico. Es tremendamente poliédrico, sorprendente, barroco, poético.»Frankfurter Allgemeine Zeitung
PÁGINAS DEL LIBRO
Esta es mi alma, Raquel.
Rogad por ella.
TUDOR ARGHEZI
Amigo, ¿cómo voy a luchar contra mi quimera? Querido compañero, tú, el único para quien escribo, para quien he escrito siempre, ¿cómo voy a escapar de ese carmín que se extiende por mi vida como en el espejo de un lavabo y que no desaparece con nada, bien al contrario, que está cada vez más seco, más sucio y más diluido? ¿Cómo voy a sacar de mi cerebro aquellas tetas de guata, aquella falda de puta vulgar, aquella peluca, aquel artificio, aquel manierismo? Esa turbación, que da vueltas en mi cabeza como si fuera un jarabe espeso, baja hasta los huesos de la nariz, hasta las vértebras del cuello e inunda mi pecho con algo rojo y pegajoso, como si la imagen de Lulu fluyera en una mezcla de colores, en colorete fabricado con pis de gato, en perfume de esperma de marta cibelina, en flores exóticas, marchitas y sospechosas, en ojos maquillados con un rímel grasiento que se escurriera como en los cuadros de Dalí -se escurriera, se enviscara en torno a mí y chorreara sobre el asfalto hasta formar un charco como un seudópodo camino de la alcantarilla. ¿Sabes, Víctor, que mi soledad tiene en su blanca piel un forúnculo y que ese forúnculo se llama Lulu? ¿Sabes que he venido hasta aquí para recordar la piel de esa joven que siempre ha encontrado en mí un rincón sombrío donde acunar a su muñeca y que abajo -ahí donde el dobladillo de su vestido roza la pantorrilla de piel dulce y transparente-, he descubierto ahora un forúnculo miserable que se llama Lulu? Nieva en los enormes y relucientes ventanales de la casa. No he encendido la luz del pasillo. Veo cómo el ocaso interpone sus filtros fotográficos entre las ramas nevadas del pino que respira junto a la ventana y yo, unas ramas que callan y que esparcen un silencio ceniciento. Y ese silencio ceniciento penetra por ósmosis a través de la membrana de las franjas de cristal y se posa en capas gruesas, transparentes, unas veces verdosas, otras ocres, pero casi siempre de un ceniciento pesado y transparente, en el gran recibidor helado. He ido al aseo y he contemplado, como en trance, el chorro fino de orina amarilla que caía lentamente en la taza de porcelana. En el aire oscuro, me he examinado en el espejo de encima del lavabo y he visto un rostro que, en el silencio y el frío y la soledad de esa habitación minúscula pero infinitamente alta, no era de hecho mi cara sino la tuya, Victor, mi querido y único amigo. Tú me mirabas porque yo te he llamado, y es tu inicial la que he escrito yo con mi dedo en el espejo, sobre tu imagen, después de empañarla con mi aliento. He sonreído porque en ese momento he pensado que tú no podías ser atacado por esta enfermedad de mi mente que se llama Lulu, que solo esa niña infeliz y yo hemos visto ese espantajo sucio, rezumante, que me ha llevado de la mano hacia sus tinieblas. De hecho únicamente yo lo he visto, ella lo ha sentido en la piel, como si estuviera vestida con una retina pura, mullida y sensible, y sobre ella, de esa insoportable imagen invertida, pequeña como un sello, hubiera surgido ese absceso efervescente. Tus ojos en el espejo, Victor, son hermosos, fuertes, nobles, de caballero honrado e intachable. Te he observado hasta que el aire del baño se ha tornado marrón oscuro y yo he empezado a temblar en ese pijama demasiado grande para mí…