Ficha técnica
Título: Los tres dioses chinos. Un viaje a Pekín, Xian y Shanghái, desde Nueva York y hasta Hong Kong | Autor: Toni Montesinos| Editorial: Fórcola | Colección: Periplos, 18| Páginas: 184 | ISBN: 978-84-16247-50-9 | Dimensiones: 13 x 21 cm | Precio: 18,50 euros
Los tres dioses chinos
Toni Montesinos Gilbert
China, civilización inabarcable y siempre asombrosa, no deja de ser desconcertante para los occidentales por la riqueza de sus matices: monumental en sus tradiciones milenarias a la vez que poderosa y ferozmente capitalista. Todas estas facetas se abren paso en las páginas viajeras de Toni Montesinos. Con frecuencia irónico y a veces poético, Los tres dioses chinos destila a modo de diario, con finura y desenfado, las emociones del viaje hacia Oriente, transformando en crónica literaria la visita aparentemente turística a Pekín y Xian, cunas de la China ancestral, y a Shanghái y Hong Kong, emblemas de la sofisticación ultramoderna. Sus páginas suponen además un tránsito que la ulterior escritura hace a lomos de evocaciones sobre la paternidad, el enamoramiento, la muerte o la literatura, que ponen al autor en contacto con el sentido de la vida: con sus recuerdos y anhelos personales, sus pasiones y temores más íntimos.
Una lectura sobre Montaigne, una evocación televisiva de Marco Polo, un detalle artístico oriental son el detonante de meditaciones que llevan al viajero y al poeta a reflexionar sobre la verdadera razón de todo del viaje: el encuentro con uno mismo, mientras contempla jardines, templos o rascacielos, o se duele de la historia de los lugares singulares que encuentra en cada nueva etapa.
Toni Montesinos, habitual cronista por Europa y América, esta vez emprende viaje «más allá de Siberia», hacia Extremo Oriente, donde topará con el «misterio» de los tres dioses chinos. Sus páginas, que desvelan una constante curiosidad no exenta de melancolía, están trufadas de confidencias y desgarros interiores sobre la sensualidad, la violencia, la música o el cine, configurando todo ello un libro ameno y conmovedor en el que no faltan los paseos por la Gran Muralla, «el mayor cementerio del mundo», o el asombro ante los Guerreros de Terracota del emperador que deseó la más suprema inmortalidad.
PREÁMBULO NEOYORQUINO
I
Siguiendo lo que he leído esta mañana en el avión de Barcelona a Madrid, donde haré escala para volar hasta Nueva York, en un libro sobre Montaigne de la investigadora inglesa Sarah Bakewell, podría decir que la eudaimonia, «que a menudo se traduce como «felicidad», «alegría» o «florecimiento humano»», es viajar en clase preferente. Qué duda cabe de que las comodidades, el confort, facilitan el concepto que se hermana, dice la autora, con la ataraxia, «que se podría traducir como «imperturbabilidad», o «liberación de la ansiedad»», y que es el mejor camino para alcanzar dicha eudaimonia. Y es bien recibida esa liberación cuando se está volando a miles de pies de altura, sobre el Atlántico, y se está en manos de la habilidad de un piloto y en alas de un monstruo de cables y botones del que se espera que acaricie suavemente una pista dentro -creo- de dos horas, tal vez menos, del aeropuerto John Fitzgerald Kennedy.
Justamente leyendo sobre los estoicos y los epicúreos, sobre cómo afrontar el dolor y superar el miedo, en el maravilloso Cómo vivir. Una vida con Montaigne de Bakewell, he pensado -a propósito de un libro cuya luz tendré la fortuna de ver encendida este próximo otoño, titulado Diario del poeta isleño, y que es una alegoría de las dos personalidades que lo abanderan: la peor y la mejor influencia que mis días han contemplado- que quien más, quien menos tiene un destino dantesco en esta montaña rusa del vivir y el desvivir. Entonces he comprendido, con esa naturalidad con la que nos asaltan las evidencias que llevábamos sin embargo años sin poder ver, que mi destino fue infernal durante veinticinco años, paradisíaco en los últimos seis años, con sus rocas y vientos, pero paradisíacos, y vivido en el purgatorio los diez de en medio; un ámbito extraño, de tentativas, de expectativas, de búsqueda de la felicidad sin saber siquiera qué es la felicidad hasta que la realidad se impone, el idilio con el proyecto de una vida en familia se rompe porque no fue tal verdaderamente y, entonces, el balance desalienta frente a las brasas de la separación, ante las crueldades que alguien te administra y que aún no puedes acabar de creerte, y así es como llegas a ver esa evidencia, pues el inicio y el final de esa etapa intermedia, transitoria, fallida, estuvieron presididos por la tristeza, y la memoria de repente está de tu parte cuando ella eligió ser olvidadiza e ineficaz; o será todo simplemente producto del tiempo, de su paso corriente y de cómo deja posarse, entibiándolos, los acontecimientos después de que hayan hervido en las palpitaciones de un pecho acongojado, de cómo cura heridas, propone amnesias y vuelve comprensivo, o al menos tolerable, lo que antes resultaba desconcertante.