Ficha técnica
Título: La soldedad del tirador | Autor: Toni Montesinos | Ilustrador: Musgo Estudio Creativo | Editorial: El Desvelo | Colección: El Legado del barón | Páginas: 176 | Formato: rústica | ISBN: 978-84-946138-7-6 | Precio: 20,00 euros | Fecha: marzo 2017 |
La soledad del tirador
Toni Montesinos Gilbert
«Toni Montesinos nos acerca con esta novela a las expectativas, frustradas e ilusionantes a la vez, de un joven en un suburbial barrio barcelonés de los años ochenta. Con un deprimido entorno social, una desestructurada familia y unas pésimas perspectivas profesionales, nuestro protagonista encuentra en el baloncesto y su habilidad como encestador -el «tirador» del título- la vía de escape a su opresiva realidad exterior.
El libro es el relato introspectivo de una accidentada educación sentimental poblada de inalcanzables muchachas, violentos retos entre compañeros, anheladas y confortables formas de vida deportiva estadounidense, o la deseada vocación cultural emancipadora. Desde la mirada de un presente adulto, el narrador, implicado y distante a la vez, experimenta una soledad íntima y también generacional, dura y aislada en inhóspitas periferias urbanas.
Con un tono de desgarrada ternura teñida de cierta ingenuidad picaresca, se desarrolla el paisaje moral de toda una época que atisba el preolimpismo y se instala en la posmodernidad sin haber resuelto importantes desigualdades sociales. Significativos momentos como el regreso del protagonista, después de varios años, a su club de basket; cuando se cree Gary Cooper ante el peligro que supone la cancha; o el total sinceramiento con su padre, tan revelador, marcan la épica lírica, cercana y entrañable, de esta impresionante, inolvidable novela.»
Jesús Ferrer, La Razón
Salto inicial
Cada día lo tengo más claro. Nadie elige su lugar de nacimiento, a los padres o incluso a los amigos. Son las personas y las cosas las que nos eligen a nosotros. Lo digo porque, si por mí hubiera sido, no habría nacido y vivido jamás en la vida en el Barrio Nuevo. Ni loco. Si hubiera podido elegir, nunca habría deseado crecer en una zona como esa, tan fea, tan deprimente, tan todo lo que se pueda decir que suene desagradable. Tampoco me hubiera quedado con mi pequeña y miserable familia, ni por supuesto con el piso al que fui directamente desde el parto de mi madre en un famoso matadero, al lado del velódromo que más tarde construyeron para los Juegos Olímpicos, ni con el instituto en el que aprendí en un solo curso más cosas que en lo que llevaba de existencia, pese a suspenderlo prácticamente todo; apurando, ni siquiera con mi club de baloncesto, lugar sagrado y mítico donde los hubiera.
Me fastidia pensar eso: haber permanecido en un lugar que no elegí; conservar recuerdos que aún me repugnan de las calles grises y sus habitantes, todos venidos del Sur a la gran ciudad para seguir siendo pobres, simples trabajadores amontonados en edificios enfermos de aluminosis (una palabra por entonces aún no inventada), construidos por empresarios corruptos que jugaban con la integridad de la gente ignorante, corta, resignada. Yo, al menos, lo veo o lo recuerdo así. Y si el resto de gente de mi entorno hubiera abierto los ojos y las orejas en aquellos tiempos en un sitio semejante, también habrían deseado largarse de allí saltando desde el sofá hasta algún anuncio de la tele con chicas en biquini y mansiones con piscina, garaje, jardín y sirvientes. O, quizá, se hubieran convertido en destacados velocistas. En mi barrio se podía aprender a estirar los músculos del tren inferior de forma excelente, y tengo pruebas irrefutables: por ejemplo, y dejando aparte el terreno meramente deportivo, la primera vez que apreté a correr de modo espontáneo -delante, eso sí, de una navaja- no fue demasiado pronto si tengo en cuenta cómo las gastaban por allí; incluso se puede decir que durante la infancia tuve suerte y casi no se metieron conmigo.