Ficha técnica
Título: Llorar en la sopa | Autora: Elena Poniatowska | Editorial: Fondo de Cultura Económica | Colección: Biblioteca Premios Cervantes| Materia: Narrativa | Páginas: 194 | Peso: 340 g | Presentación: Rústica, con solapas | Formato: 14.5 x 22.5 cm | ISBN: 978-84-375-0706-4 | Precio: 18 euros
Llorar en la sopa
Elena Poniatowska
A Elena Poniatowska le advirtieron cuando era joven que le permitirían escribir novelas pero no vivirlas. Por si acaso aquello llegara a ser verdad alguna vez, se apresuró a poner en su existencia esos cientos de personajes que se van asomando a sus textos (sus relatos, sus novelas, sus reportajes o sus entrevistas) para conversar con ella sobre aquello que más le importa y que, significativamente, nombra su segundo apellido: el amor. Como se ve en los veinte cuentos de esta antología, ese amor adopta muchas formas: el amor a los perros de «Chocolate» (perros callejeros que una anciana va adoptando porque confía más en ellos que en las personas); el amor a una actriz en «Cine Prado» (un amor en dos dimensiones que acaba obsesionando a su protagonista); el amor adúltero en «De noche vienes» (una mujer se casa con cinco hombres, a cada uno de los cuales reserva una noche de la semana); el amor a los muebles, y a las cosas en general, en «El inventario» («En el principio fueron los muebles»); el amor al lado oscuro y mítico en «Coatlicue» (una bajada a los infiernos y una visita a las fuerzas del mal, donde reina la «razón enlodada», en toda regla); el amor sensual y abierto «a todas las heridas» de los amantes arquetípicos en «La felicidad»; el amor de un maquinista por su vieja máquina de vapor y por su mujer, que le abandonan y le transforman en una especie de fantasma, en «Métase, mi prieta»; el amor al arte en «Los bufalitos»; el amor al horizonte, de donde ha de venir ese «Rayo verde» que anuncia el título y que es la «fórmula de la felicidad»; o el amor a las alcachofas en «El corazón de la alcachofa» («comerlas es un auto sacramental»). Un amor que abarca a personas de toda condición social, con especial oído para las más desfavorecidas (lavanderas, jardineras, ferroviarios, sindicalistas, amas de casa, mendigos, clientes de una ferretería), y también a las palabras, a las que la autora acaricia y mima para que le revelen sus secretos y sus sueños. Elena Poniatowska, Premio Cervantes 2013, ha acabado escribiendo, y también viviendo, las mil y una historias del amor, veinte de las cuales, bastantes de ellas de inspiración autobiográfica, palpitan entre las páginas de este libro.
El recado
Vine, Martín, y no estás. Me he sentado en el peldaño de tu casa, recargada en tu puerta, y pienso que en algún lugar de la ciudad, por una onda que cruza el aire, debes intuir que aquí estoy. Es éste tu pedacito de jardín; tu mimosa se inclina hacia afuera y los niños al pasar le arrancan las ramas más accesibles… En la tierra, sembradas alrededor del muro, muy rectilíneas y serias veo unas flores que tienen hojas como espadas. Son azul marino, parecen soldados. Son muy graves, muy derechas. Tú también eres un soldado. Marchas por la vida, uno, dos, uno, dos… Todo tu jardín es sólido, es como tú, tiene una reciedumbre que inspira confianza.
Aquí estoy contra el muro de tu casa, así como estoy a veces contra el muro de tu espalda. El sol da también contra el vidrio de tu ventana y poco a poco se debilita porque ya es tarde. El cielo enrojecido ha calentado tu madreselva y su olor se vuelve aún más penetrante. Es el atardecer. El día va a decaer. Tu vecina pasa. No sé si me habrá visto. Va a regar su pedazo de jardín. Recuerdo que ella te trae una sopa de pasta cuando estás enfermo y que su hija te pone inyecciones… Pienso en ti muy despacito, como si te dibujara dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente.
Estoy inclinada sobre una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre: Donceles y 5 de Febrero o Venustiano Carranza, en alguna de esas aceras grises y monocordes rotas sólo por el remolino de gente que va a tomar el camión, has de saber dentro de ti que te espero. Vine nada más a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo escribir porque ya se fue el sol y no sé bien a bien lo que te pongo. Afuera pasan más niños, corriendo. Y una señora con una olla advierte irritada: «No me sacudas la mano porque voy a tirar la leche…» Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo al amor.