Ficha técnica
Título: Idiotas y humillados. Historia de un idiota contada por él mismo & Diario de un hombre humillado | Autor: Félix de Azúa | Editorial: Anagrama | Colección: Otra vuelta de tuerca | Género: Novela | ISBN: 978-84-339-7597-3 | Páginas: 432 | PVP: 21,00 € | PREMIO HERRALDE DE NOVELA
Idiotas y humillados
Félix de Azúa
Un libro que recoge las dos novelas más corrosivas, indispensables y celebradas sobre la juventud que atravesó la Transición. El protagonista de la primera es un idiota del siglo XX, escribe el autor. Víctima de la insensatez de la segunda posguerra europea, nuestro personaje, en Historia de un idiota contada por él mismo, se empeña en una investigación de la felicidad, que le conduce a la ruina. Este libro debiera ser adoptado por todos los institutos de segunda enseñanza como manual de superviviencia; no evita la idiotez, pero ayuda a prevenirla. Un libro de «una insolencia terrible», tal como se escribió en Le Canard enchaîné, expertos en insolencias. En Diario de un hombre humillado, el protagonista añora cierto mundo perdido, donde en lugar de pensar sólo se vivía. Rodeado por una banalidad de orden zoológico, comprende que la suya ha de ser otra: una banalidad guerrera. Para ello se sumerge en las zonas húmedas, se codea con el hampa y acaba buscando un final súbito. Desdichadamente, en ese instante aparece un animal. ¡Y qué animal! Durante nueve meses gestatorios, el hombre humillado anota en su Diario homenajes a los Grandes Hombres de Antaño y reflexiones (tan agudas como lunáticas) acerca de asuntos acuciantes como las letales consecuencias de la lectura, las bellas artes y la inteligencia. «Una obra brutalmente moderna, que esconde sedimentos barrocos y románticos» (Genoveva Dieterich, Neue Zürcher Zeitung), «Una novela ácidamente divertida, a veces espeluznante y siempre tonificante» (Publishers Weekly). Azúa prolongó en Diario de un hombre humillado hasta sus penúltimas consecuencias la investigación iniciada en Historia de un idiota contada por él mismo.
PÁGINAS DEL LIBRO
Yo tenía una tarea, a mi regreso a la sociedad civil: la de dar orden y sentido a mi experiencia de modo que pudiera ser la experiencia de todo el mundo, aquélla en la que todo el mundo se reconociera y dijera al unísono, sí, la vida de los hombres es de esta manera que aquí vemos. Iba pues a investigar el contenido de la felicidad artística o creativa COMO CULMINACIÓN DE LA FILOSOFÍA, y para ello debía olvidarme definitivamente de mí, y enajenarme, volverme loco, que era la gran ilusión de Dostoievski a mi edad, como se puede leer en su correspondencia («He concebido un proyecto magnífico: volverme loco»). ¿No era ésta, además, la mejor consecuencia de mi conocimiento de los Doce de la Fama, uno de cuyos más representativos miembros había sido el catalizador de mi resolución? Si en el FINAL Y HORIZONTE de la reflexión filosófica, en la línea de lo que es y de lo que no es, había aparecido un renacimiento del mundo y la necesidad de que todo volviera a estar ANTE LOS OJOS , en lugar de ocultarse tras el paradójico velo de cristal del pensamiento, ¿no era lo más sensato abominar de todo lazo afectuoso, pedagógico, político, filosófico y concentrar mis fuerzas en una gran realización artística planetaria?
El azar, esa bendición que sólo acude en nuestra ayuda cuando no la necesitamos, fue lo que complicó las cosas. Estaba yo sin dinero, casi sordo y muy aislado del acontecer mundano después de cuatro meses especulativo-castrenses. Pasé los primeros días de mi rehabilitación en casa de un pariente, hombre huraño que gastaba un desprecio episcopal hacia la familia y hacia la humanidad en general por creer que sólo él en el mundo era una persona SENSATA -aunque estaba perfectamente desequilibrado-, quien me recogió por puro rencor hacia nuestros parientes. Me hizo una extrañísima interpretación de los hechos -siempre las hacía- en cuya conclusión todo quedaba reducido a una humillación trágica (la de mi tío) perfectamente calculada por Victoria, quien se había servido de mí sin piedad. Soltó una breve carcajada de placer al comprobar que todos los individuos de su historia eran inferiores a él y me conminó a encontrar trabajo y alojamiento antes de una semana.
Mi tío humillado y suicida, yo tonto útil, Victoria una sádica con tendencias criminales, ése era el punto de vista de aquel hombre débil e inseguro, cuyo pavor a hacer el ridículo le tenía paralizado y sólo se aliviaba mediante el rebajamiento absoluto del prójimo. No era mal comienzo para mi investigación artística, así que compré un cuaderno muy gordo, un bolígrafo Bic, y comencé aquella misma tarde mi gran tratado de las pasiones humanas, ambientado en Kiev.
También busqué trabajo, y lo encontré. Una editorial necesitaba un corrector de pruebas que supiera francés e inglés; una vez más esa ventaja ridícula iba a permitirme sobrevivir. Conseguí el empleo en la editorial Barras y Estrellas, firma dirigida por un prestigioso OPOSITOR al régimen, Pepe Barras, cerebro de la actividad cultural antifranquista. Era un hombre cordial, amable, sonriente, barbudo, sin ninguno de los rasgos típicos de la patronal española, que es una patronal de labriegos muy afectados por sus orígenes.