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Ficha técnica

Título: Diarios de Lord Byron | Traducción y edición: Lorenzo Luengo | Ilustración de cubierta: Age Fotostock. Diseño de cubierta: José Antonio Piñero. Maqueta de cubierta: Alejandro Terán. |   Editorial:  Alamut | Precio: 22,95 €   | Páginas: 384 | Formato: Rústica con solapas  | Publicación: 9 de Septiembre 2008 | Género: Diarios | ISBN: 978-84-9889-009-9

Diarios

Lord Byron

ALAMUT

Celebrado por la aristocracia liberal como el poeta del momento, envidiado por sus rivales literarios, secretamente angustiado por la relación que mantiene con su hermana, Byron inicia la redacción de sus diarios para evitar que los más escabrosos detalles de su vida amorosa se filtren a su obra poética. Escritos a lo largo de más de una década, desde su meteórica fama en el Londres de la Regencia, su exilio (tras las sospechas de incesto y un turbulento proceso de divorcio) en la melancólica Suiza y la Italia revolucionaria, hasta su final en Missolonghi como líder del movimiento independentista griego, sus diarios íntimos y sus cuadernos de memorias juveniles, traducidos íntegramente por primera vez al español, ofrecen un testimonio único que nos devuelve al Byron más auténtico y actual.

  Introducción

  Lorenzo Luengo

Byron no se preciaba de ser un corresponsal cuidadoso (con menor razón iba a ser un cuidadoso escritor de diarios). Sus cartas abundan en indiscreciones que no sólo lo comprometen a él, sagaz pero implacable narrador de los hechos, sino también a la fauna social que conforma el sustancioso mosaico de sus corresponsales. A la premura con la que respondía a cada nueva entrega postal atribuía el poeta Thomas Moore -amigo íntimo y uno de los nombres más asiduos de su epistolario- la virtud de que sus cartas poseyeran un refrescante tono conversacional, esa familiaridad inmediata que envolvía a sus lectores en una telaraña de paradojas frívolas, hallazgos metafóricos, bromas de trazo grueso, citas literarias adaptadas para la ocasión y observaciones de especie epigramática, cosméticos de doble capa que, en manos de Byron, no encubren las vergüenzas propias o ajenas sino que parecen tener más bien el propósito de realzarlas. Quizá sea esa familiaridad lo que favorece la desprevención de sus destinatarios, quienes muchas veces se avienen a responder a tales muestras de salacidad epistolar con la guardia baja, aplicándose en el ordeñamiento de sus almas con una ingenuidad que Byron destila a conciencia para extraer sus gotas más sabrosas y edificantes. Así, maridos engañados, doncellas -y no tan doncellas- de todo escalafón social, políticos y poetas laureados, ya sea de ofrendas florales o meras cornamentas, desfilan ante el curioso lector desprovistos de blindaje, configurando un zoológico humano en el que las criaturas que lo habitan se entremezclan sin concesiones a la alcurnia, unidas por el rasero común de sus debilidades y contradicciones, sus entrañables vilezas y sus flaquezas demasiado humanas. Al igual que Proust, Byron consideraba que un secreto compartido era un secreto que aspiraba a ser revelado, y a esa voluntad de exponer al aire libre la lavandería íntima de sus corresponsales y la suya propia debemos el que tanto sus cartas como sus diarios, además de seducir, sorprender y divertir a sus lectores, compongan un delicioso fresco de la sociedad de la Regencia, y un admirable retrato en primera persona en el que su autor -en su siempre obstinado y muchas veces doloroso esfuerzo por buscar la verdad- prefiere mostrarse menos «agradable que fidedigno»: «¡Cómo me divierte observar la vida tal y como es!», escribía en 1813, con casi veintiséis años, en las páginas de su diario londinense: «y yo mismo, al cabo, soy el peor de todos. Pero no importa-debo evitar el egotismo, que, en este caso, no significaría vanidad».

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Lord Byron

George Gordon, sexto lord Byron, murió en Missolonghi el 19 de abril de 1824, a manos de tres médicos que le prescribieron procelosas sangrías para combatir la fiebre. Su marcha a Grecia supuso su ruptura con Italia (donde escribió el inacabado poema narrativo Don Juan), y su separación de Teresa Guiccioli, con quien mantendría un adulterio ya desde sus primeros flirteos en el carnaval de 1819. Curiosamente, la antología de disipaciones que constituyó su estancia en Venecia sirvió para dar a sus obras un giro más reflexivo, vitalista y maduro, lejos del fantástico colorido de sus poemas anteriores (los célebres «cuentos turcos»), de los que ya se había alejado definitivamente al conocer al poeta Shelley en 1816, en la bucólica Diodati de Rousseau. Bruselas y Suiza fueron los primeros paisajes que acogieron su exilio: sin embargo, ni el imponente escenario alpino, ni la sensación de reconquistada libertad, lograron distraerle del odio que sentía por su ex mujer, Annabella Milbanke, o del cálido pero doloroso recuerdo de su hermana Augusta, una relación que cimentó la perversa fama de Byron, ya sugerida en la época de su máximo brillo por la demente enamorada Caroline Lamb, que lo definió como mad, bad, and dangerous to know («malo, loco y peligroso de conocer»). Para entonces, Byron disfrutaba del éxito gracias a obras como El Corsario y Childe Harold, una especie de diario versificado del largo periplo oriental en el que moldeó su controvertida y por lo general mal entendida leyenda. Fue un joven de «pasiones tumultuosas», siempre en busca de calma para sus encrespados paisajes interiores pero condenado a verse una y otra vez a merced de la marea. Estudió en Cambridge acompañado por un oso amaestrado, practicó boxeo y esgrima, protagonizó varias obras de teatro, fue un abnegado jugador de criquet y un nostálgico frecuentador de cementerios, donde nacerían los primeros versos que escribió, inspirado por la muerte de su prima Margaret. Educado en el calvinismo, lord sin tierras que adquirió el título por vía indirecta, hijo de una rica heredera de tortuoso carácter y un disipado capitán conocido como Jack «el Loco», Byron nació en Londres el 22 de enero de 1788.

Obras asociadas
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