Ficha técnica
Título: Antología personal | Autor: Ricardo Piglia | Editorial: Anagrama | Colección: Narrativas hispánicas | Páginas: 304 | ISBN: 978-84-339-9789-0 | Precio: 19,90 euros | EbooK
Antología personal
Ricardo Piglia
La heterogeneidad, la diversidad de estilos, el cambio de registro son rasgos que identifican el carácter personal de los textos seleccionados por Ricardo Piglia para esta antología. Escritos a lo largo de casi cincuenta años, son ficciones, ensayos, intervenciones públicas y relatos autobiográficos, varios de ellos inéditos, que elaboran o registran imaginariamente experiencias vividas. El conjunto dibuja esa forma inicial que constituye lo verdaderamente personal de la literatura y traza un nuevo itinerario para recorrer su obra, que encuentra en esta selección su momento más íntimo y enigmático. En palabras de Piglia: «Habría una marca, un oscuro rastro autobiográfico cifrado en la obra y -ya que este libro me representa más fielmente que ningún otro que haya publicado- podríamos entonces imaginar a un futuro lector de este volumen que, convertido en un pacífico detective potencial, sería capaz de descubrir no sólo la forma inicial sino también el secreto tramado en el tejido de esta antología personal.» En resumen, un libro indispensable para cualquier lector de gran literatura y desde luego para todo seguidor de Ricardo Piglia.
EL GAUCHO INVISIBLE
El tape Burgos era un troperito que se había conchabado en Chacabuco para un arreo de hacienda hasta Entre Ríos. Salieron a la madrugada y a las pocas leguas se les vino encima una tormenta. Burgos trabajó a la par de todos para que no se desparramaran los animales y al final salvó a un ternero guacho que se había quedado clavado en un costado, con las patas abiertas en medio del viento y de la lluvia. Lo levantó sin bajarse del caballo y lo acomodó en la montura. El animal se debatía y Burgos lo sujetó con una sola mano y después se metió entre la tropa y lo dejó a salvo en el piso. Lo hizo para mostrar su destreza, casi como una compadrada, y enseguida se arrepintió porque ninguno de los hombres lo miró ni hizo el menor comentario. Olvidó el incidente, pero lo fue ganando la extraña sensación de que los otros tenían algo contra él. Sólo le hablaban si tenían que darle una orden y nunca lo incluían en las conversaciones. Actuaban como si él no estuviera. A la noche se iba a dormir antes que nadie y tirado entre las mantas los veía reír y hacer chistes cerca del fuego; le parecía vivir un mal sueño. En sus dieciséis años de vida no se había encontrado nunca en una situación igual; había sido maltratado, pero no ignorado y desconocido. La primera parada larga fue en Azul, adonde llegaron bien entrada la tarde de un sábado. El capataz dijo que iban a pasar la noche en el pueblo y que seguirían viaje a mediodía. Metieron los animales en un campito, al que todos llamaban el corral de la iglesia, en la entrada del pueblo. Se decía que antiguamente se levantaba una capilla en ese lugar, pero que los indios la habían destruido en el malón grande de 1867. Quedaban unas paredes al aire que servían de tapia para el corral donde se encerraba a los animales. A Burgos le pareció ver la forma de una cruz entre los ladrillos donde crecían los yuyos. Era un hueco de luz en la pared, marcado por la claridad del sol. Se la mostró entusiasmado a los otros, pero ellos siguieron de largo como si no lo hubieran oído. La cruz se veía nítida en el aire mientras caía la noche. Burgos se santiguó y se besó los dedos cruzados. En el almacén de la estación había baile. Burgos se acomodó en una mesa aparte y vio a los hombres reírse juntos y emborracharse y los vio salir para la pieza del fondo con las mujeres que estaban sentadas en fila cerca del mostrador.