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Una bienvenida para Bruno

Por 8 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Ah, qué alegría: ya estás acá. No hay palabras que alcancen para describir nuestra felicidad. ¡Por fin podemos besarte y mimarte sin límites!

La verdad es que te buscamos. Porque veníamos soñándote, imaginándote desde hacía mucho y sentimos que había llegado el momento. Esto no es imprescindible -nunca hay que minimizar el encanto de una sorpresa-, pero dado que así fue, así te lo contamos.

Para empezar con el pie indicado, te anunciamos una buena noticia: el universo al que llegaste es interesantísimo. ¡No te va a dar la menor oportunidad de aburrirte! De manera bastante prodigiosa, por cierto, hemos venido a parar al interior de la más esplendorosa caja china: una fuente insondable de misterios, que no cesa de presentarnos desafíos, de invitarnos al juego. Eso sí: la versión oficial, que no tardarás en oír por una u otra vía, es que los hombres ya lo sabemos casi todo. Algunos se atreven a sostener, incluso, que somos lo más grande que existe. ‘La cima de la creación’, dicen los jefes de prensa de la especie. En efecto, mucha gente cree que el universo está ahí para funcionar como patio de juegos, o incluso como basural. Pero acá entre nosotros, la verdad es que lo conocemos poco y mal. Y que usamos de la peor manera la mayor parte de lo que sabemos.

Tiempo atrás, un hombre podía atesorar la suma del conocimiento; eso es más bien imposible, ahora. Pero el hecho de que tanto dato ya no entre en una sola cabeza no significa necesariamente que hayamos arribado a un nivel de excelencia, un podio olímpico entre las especies. Quiero decir: nos gustaría que entendieses que, aunque muchos pretendan lo contrario, viniste a dar a un mundo y a un universo donde casi todo está por descubrirse. Y no sólo allá lejos, en las distancias remotísimas que propone el espacio. Los misterios también abundan aquí, al alcance de la mano.

Por ejemplo: sabemos más sobre Marte que sobre las profundidades de los océanos. No tenemos gran idea sobre la naturaleza del tiempo, contra la que batallamos a diario como si fuese nuestra enemiga. El fenómeno de la vida sigue resultándonos desconcertante. En materia de iniciativas que nos eduquen para vivir -y convivir- mejor, nos hemos quedado virtualmente huérfanos: ¡necesitamos ideas para superarnos y gente que ayude a empujar hacia delante! Para ponértelo de otra forma: aunque la especie ya lleva unos cuantos años en este planeta, la aventura humana acaba de comenzar y te invita a desempeñar tu parte como invita a todos por igual, por el simple hecho de haber nacido. Este es un lugar en el que, además de lo que sigue pendiente de descubrimiento, todo está por hacerse. Y mientras tanto el universo entero continúa allí afuera, la más enorme caja de sorpresas que se pueda concebir, en espera de ser abierta. De hecho dicen que se está expandiendo todo el tiempo, una idea que hoy, dada la forma en que te vemos comer, debería resultarte natural.

Si estamos en condiciones de escribirte estas palabras, se debe precisamente a que nacimos en un rincón privilegiado. Cuando crezcas oirás mil y una veces que el valor de una casa depende de su ubicación. Pues bien: nosotros, en tanto humanos, vinimos dar a uno de los sitios más cotizados del tinglado. ¡Este planeta bulle de vida! Y nosotros, mujeres y hombres, nos hemos desarrollado para disfrutar cada una de sus características. El sol, el mar y los ríos, los árboles llenos de frutos, las montañas, los valles fértiles: da la sensación de que hubiesen sido concebidos a la medida de nuestras necesidades. Y sin embargo es al revés, somos nosotros los que nos acomodamos a sus características. La distinción es importante, porque subraya que hicimos bien en adaptarnos. A veces hacemos exactamente lo contrario, tratamos de adaptar las cosas a nuestra conveniencia de la peor manera -esto es, con violencia-, y producimos desbarajustes sin límite.

¡Qué bueno sería si lo entendieses cuanto antes! /upload/fotos/blogs_entradas/bruno_figueras_2_med.jpg

Este mundo tiene todo lo que necesitamos, y en cantidades más que suficientes. El problema es que somos pésimos administradores. Y que mucha gente no se conforma con administrar -haciendo un uso racional de los bienes y distribuyendo lo que no necesita- porque se siente, más bien, con derecho a poseer. Nuestros antepasados nos transmitieron la más extraña compulsión: ¿qué derecho que no sea la fuerza habilitó a los hombres a adueñarse de la tierra y del agua, pasando por encima de -por ejemplo- los derechos que asistirían al león, la espiga de trigo o el pez espada? La Tierra entera estaba aquí cuando nosotros llegamos, y seguirá estando -siempre y cuando no metamos la pata- cuando nos hayamos ido. Creer que podíamos proclamarla nuestra y usarla a nuestro antojo fue un delirio, ciertamente. Pero en fin, este no es el lugar más indicado para cuestionar el orden de las cosas. Digamos tan sólo que la aventura humana se complicó cuando nuestros antepasados empezaron a clamar propiedad -y a diseñar banderas que ondear- sobre territorios, sobre bienes e incluso sobre gente. Y que te guste o no, dado que la cuestión de la posesión es crucial en este mundo, te verás forzado a elegir dónde y cómo pararte a este respecto.

Por ejemplo: más temprano que tarde descubrirás que la manzana que te gusta es menos disfrutable, en tanto estarás rodeado de gente que también querría manzanas… y no las tiene. O te tocará no tener manzana alguna y padecer hambre, o cuanto menos necesidad. En cualquier caso, ojalá entiendas que el sistema no empieza a ser injusto cuando te perjudica. El sistema es injusto siempre. Porque el dinero y el valor atribuido al trabajo son un mecanismo eficiente -queremos decir que funciona, mal que mal- pero insistimos: nunca justo. Si fuese justo repartiría mejor lo que hay y lo que se produce, de tal modo que a nadie le faltase lo esencial. Y este mundo está lleno de personas que tienen más de lo que podría gastar en mil vidas, y de otras que no tienen ni para costearse una.

Lo cual nos conduce al segundo problema. Vivimos en un mundo rico en seres vivos (tu madre y yo no nos creemos la cima de la creación: somos más bien eslabón de una larga cadena de la que dependemos -y que también depende de nosotros), pero al mismo tiempo pertenecemos a la única especie que consume más de lo que necesita. Animal o vegetal, ninguna otra especie devora de forma de acabar con la fuente de su alimento o con el medio en que vive: la vida no es suicida. Muy por el contrario, suele colaborar con la renovación de sus medios de subsistencia. Por ejemplo en el animal que come la fruta y descome la semilla de la que crecerá un nuevo árbol. Si algo caracteriza a la vida es su impulso a perdurar, transformándose todas las veces que sea necesario -o sea: adaptándose. ¡El fenómeno de la vida ocurre como si estuviese determinado a no tener fin!

Pero puestos en la situación del animal que mencionábamos, los seres humanos nos comportaríamos de otro modo: comeríamos toda la fruta, quemaríamos el árbol para producir calor y arrojaríamos nuestros desperdicios a un pozo de cemento, donde ya no crecería nada más. Qué se le va a hacer: somos así, al menos hasta hoy. Creamos cosas maravillosas y al mismo tiempo serruchamos la rama sobre la que estamos sentados -lo cual, convendrás con nosotros, no es muy inteligente, y mucho menos tratándose de una especie tan convencida de su propia genialidad.

La parte buena del asunto es la siguiente: no tenemos por qué seguir siendo así. Ya te lo dijimos, una de nuestras características es la capacidad de adaptación a cualquier circunstancia, por difícil que parezca. Y el universo del que formamos parte nos está diciendo con todas las letras que es hora de que nos adaptemos a una nueva situación. Debemos preservar el delicado equilibrio natural del mundo en que vivimos -la rama en la que estamos sentados. Lo cual no se agota en un planteo ecologista, porque también supone construir un segundo equilibrio, ahora en el interior de nuestra propia especie, entre aquellos que tienen demasiado y aquellos que tienen demasiado poco.

Esto es algo que debemos hacer todos juntos. Porque si fallamos no habrá nadie que se salve, ni los dueños del manzanar ni los hambrientos. El destino de la especie nos hermana sin excepciones: ¡o todos o ninguno! De otro modo, nos pasará lo mismo que le pasó a los dinosaurios. Y el Spielberg de la especie que evolucione en el futuro filmará entonces Human Park, tratando de imaginar cuán espectaculares y graciosos -y por cierto: letales- éramos en nuestro tiempo.

Por este motivo (y también por algunos otros, de los que ya hablaremos con el correr de los años), te sugerimos que te apegues lo menos posible a las cosas. Tener y acumular no sirve de mucho. Porque cuando llegue la hora de despedirse -todos morimos alguna vez, nunca es demasiado temprano para saberlo: las moléculas que nos hacen quienes somos disuelven su asociación pero no desaparecen, simplemente emigran a otro objeto o mejor, a otra vida, del mismo modo en que todos tenemos hoy algún átomo que en su momento perteneció a Shakespeare o a Tamerlán o a Louise Brooks-, cuando llega la hora del adiós, decíamos, nadie piensa en su cuenta bancaria o en el BMW. En el mejor de los casos recuerda las cosas maravillosas que vivió, y en el peor lamentará haberlas no vivido. ¿De qué nos sirve atesorar cosas que no podremos llevarnos? La única riqueza real que se acumula en nuestro paso por este mundo se mide en experiencias y en afectos, más que en dinero. Por eso mismo, no te equivoques nunca de moneda… 

                                                      (Continuará.)

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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