Marcelo Figueras
¿Vieron 300? Aquí en la Argentina ya lleva dos semanas al tope de las recaudaciones. A mí me gustó, tanto como para permitirme disfrutarla a pesar de su tufillo fascista. Esta cuestión era parcialmente inevitable: nadie puede pretender corrección política mientras glorifique a Esparta, cuando se trataba en esencia de una sociedad esclavista, moldeada por y para la violencia. Pero hubiese preferido que la pintura del enemigo no fuese tan sesgada: que Xerxes no pareciese tan gay (en un artículo que escribió para Página 12, el escritor Carlos Gamerro dijo que la plataforma en que trasladan al persa parecía robada de una scola do samba: ¡me hizo reír mucho!) y que los enemigos de Esparta no fuesen tan sólo hombres con turbante sin rasgos distintivos, monstruos o soldados que esconden su deformidad detrás de máscaras. En materia racial, 300 tiene una política digna de Leni Riefenstahl. Eso sí, la gente que pretende asimilar a Esparta con USA y a los persas con el mundo árabe me causa mucha gracia. Es verdad que muchos árabes descienden de los viejos persas, pero en esencia 300 es la historia de un pueblo invadido por un enemigo infinitamente más poderoso, y en el mundo de hoy ese esquema sólo se aplica al Irak ocupado, precisamente, por la potencia militar y económica de los Estados Unidos.
Me gustó 300 porque me pareció una de las pocas traslaciones de la historieta al cine en que la potencia del relato original no se pierde. La técnica de filmar actores reales delante de una pantalla azul que después será completada por artistas digitales ya fue empleada varias veces, pero nunca con tan buen efecto. Yo tengo cierta debilidad por Captain Sky and the World of Tomorrow, aunque fracasó en todas partes. (En este caso le echo la culpa no a la técnica, sino al casting: Jude Law no funciona como héroe de acción y Gwyneth Paltrow es demasiado lánguida; para compensar la artificialidad del entorno hace falta gente que aunque actúe peor, derroche carisma.) Y aunque la gente insiste en que Sin City es mejor, yo siento que la traslación historieta-cine es perfecta en 300. Para mí Sin City es cine jugando a parecerse a la historieta, y 300 es cine puro sin necesidad de traicionar sus fuentes: lo que se llama una buena adaptación.
También me gustó porque me dio excusa para releer la obra de Frank Miller. Es uno de mis historietistas favoritos, tanto como guionista como en su rol de ilustrador. Puede que Sin City se haya convertido en su ciclo más popular a causa de la película, pero a mí me gustan más trabajos que no se conocen tanto, y mucho menos en español: Ronin, su interpretación de Daredevil, Give Me Liberty –y por supuesto Dark Knight Returns y Batman: Year One, que han sido parcialmente adaptadas (apropiadas, más bien) por las películas sobre el Hombre Murciélago que hicieron Tim Burton y Christopher Nolan. Miller es excesivo tanto en sus tramas como en sus trazos. Y su aliento es siempre épico: aun cuando reconocen las complejidades que el mundo contemporáneo presenta a la vocación del héroe, sus protagonistas –y Miller con ellos- las asumen. Contradictorios y a menudo cuestionables, los héroes de Miller se cagan en la corrección política y hacen el trabajo sucio sin chistar, porque están dispuestos a pagar el precio. Por el contrario, los Xerxes de hoy explotan, reprimen y hasta invaden sin resignarse a que el mundo haya descubierto el engaño: todos sabemos, ya, que aunque se vean bonitos y saludables por fuera, tienen un corazón negro y retorcido.