Marcelo Figueras
Algunas músicas tienen el poder de transportarnos al tiempo original en que nos encantaron: canciones como perfectas máquinas del tiempo. Otras, sin embargo, tienen la habilidad de acompañarnos en cada etapa de la vida, comentando las nuevas vicisitudes de la (también) nueva edad. La mayoría de los que crecimos adorando el canon beatlesco en su conjunto no tuvimos oportunidad de apreciarlo en su momento, pero con el correr de los años aprendimos a discriminar, y comprendimos que existían canciones beatles para cada edad y cada etapa de la vida. Hay canciones beatles infantiles, canciones beatles juveniles (las producidas entre el 62 y el 66, en su mayoría), canciones beatles que sugieren los tembladerales propios de la madurez inminente (en medio de la ebullición pop de Help! aparecen algunas de esas canciones, empezando por la del título del álbum), y canciones beatles adultas, que consecuentemente hablan de las cosas que nos competen a los adultos: el dolor de la pérdida, la dimensión política del mundo, las dificultades del amor –y por supuesto, el mundo infantil que nos gustaría recuperar.
Uno que siempre escribió canciones que se convertían al instante en banda sonora de mi vida fue Lloyd Cole, de quien ya hablé aquí alguna vez. Su nuevo disco, Antidepressant, no hace más que confirmarme su vigencia como compañero de ruta. Así como a los veintipico representaba la inconsciencia propia de aquella edad, durante la cual uno se especializaba en sucumbir a cada tentación sin oponer resistencia (Jennifer She Said cuenta de un joven que se tatúa el nombre de una amada fugaz sobre la piel, para empezar a arrepentirse a los cinco minutos de las consecuencias permanentes de su gesto), a los cuarenta y pico Cole sigue hablando de aquellas cosas –y de aquellos dilemas- que se le presentan a diario a un hombre maduro, o al menos con la ilusión de estar en camino de serlo. Uno “ya no está enojado, ya no es joven, y ya no se distrae tan fácilmente –ni siquiera a causa de Scarlett Johansson”. La canción Woman in a Bar cuenta precisamente lo que ocurre a esta altura de la vida, cuando uno se cruza con una de esas mujeres que en algún momento lo hubiesen hecho levitar: ya sabemos que “algunas partes móviles necesitarían ser reemplazadas / y que aunque el motor todavía arranca / nunca lo hace antes del martes”.
Las canciones de Cole siguen funcionando a base de melodías delicadas, ritmos mid tempo y perfectos relatos breves, narraciones que operan como cuentos de punzante capacidad de observación e imprescindible sentido del humor –que por lo general funciona de manera autodeprecatoria. (El estribillo de la canción que da nombre al álbum repite, con deliciosa ironía: “Con mi medicación voy a estar bien”, mientras narra el comienzo de un romance entre dos víctimas de la depresión que se juntan para ver Six Feet Under y al fin, hablar, si todo va bien, de la condición que los aqueja.) Cuando se pone serio, Cole es capaz de escribir –ya lo ha hecho una y otra vez, mejorando con el tiempo como el buen vino- la canción más adecuada para un corazón roto. “Cuando te fuiste pensé que era libre. ¿Cuán equivocado puede estar uno?”, canta en How Wrong Can You Be? El tema que cierra el disco, Rolodex Incident, es conciso y brillante como una joya –y corta con la misma impiedad. El narrador tropieza con el Rolodex de su pareja, que abandonó el hogar poco tiempo atrás. Al revisarlo encuentra un manuscrito en el que ella había escrito En caso de pérdida, después de lo cual añadía su dirección. “Así que aquí estamos / Salvo que tú ya no vives aquí / Y creo que me voy a ir / Creo que estoy cerca de decidir irme / Y sin embargo / Recuerdo que todo lo que pedí / Fue tan sólo un poco de tranquilidad, por favor”.
Los corazones maduros no se rompen, se deshilachan. Y con los hilos resultantes tratamos de tejer algo que nos proteja en los inviernos por venir.
Me pregunto qué canciones escribirá Cole dentro de cinco, diez años. Me pregunto dónde estaré en cinco, diez años.