Marcelo Figueras
Oskar Schell es un niño de nueve años, pero no es cualquier niño. A Oskar sólo le gusta vestirse de blanco, por ejemplo. Y enviar cartas a Stephen Hawking preguntándole si no puede convertirse en su protegido. E inventar cosas todo el tiempo: una tetera que habla por el pico, ya sea para recitar Shakespeare o cantar el estribillo de Yellow Submarine, y micrófonos digeribles que permiten amplificar el sonido de nuestros corazones. Oskar también es peculiar porque perdió a su papá en el fatídico 11 de septiembre que arrasó con las Torres Gemelas. Desde entonces su comportamiento se ha vuelto más extravagante que nunca. Cuando encuentra una llave que su padre dejó escondida en lo alto de un placard, se le ocurre que es un mensaje que debe descifrar: Thomas Schell le ha dejado esa llave por toda herencia -no le ha dejado sus huesos, siquiera, ya que el ataúd que enterraron en su tumba no contiene otra cosa que aire-, y la llave no puede ser sino signo de un misterio por el que vale la pena convertirse en detective amateur -es el más pequeño del mundo, para ser precisos.
Me gustó la novela Extremely Loud and Incredibly Close, de Jonathan Safron Foer, que cuenta el peregrinar de Oskar (un nombre con ecos de otro Oskar que a diferencia de éste no quería crecer: el de El tambor de hojalata), y también narra la singular saga de su familia. El primero de los Schell es el abuelo de Oskar, un escultor que ha ido perdiendo el uso de la palabra y que para hacerse entender se ha tatuado la palabra "no" en la palma de la mano derecha, y "sí" en la mano izquierda. A ese hombre, una tragedia personal lo ha llenado de un miedo enorme a la vida. Su nieto, en cambio, siente que el dolor que le ha producido la muerte de su padre se parece mucho a la llave heredada: si está allí, debe ser porque puede abrir alguna puerta.
Extremely Loud and Incredibly Close está llena de humor y de ternura. Es verdad que a veces Safron Foer parece abusar de las excentricidades de sus personajes, pero cuando se aproxima a su dolor es fácil percibir que sabe de lo que habla, aún a pesar de su corta edad. (Apenas tiene 30 años.) Subrayé una frase de la página 180 de mi edición (yo soy de los que subrayan sus libros, cuando siento que me hablan): "Uno no puede protegerse de la tristeza sin protegerse también de la felicidad". La periodista belga que me habló del libro a cuenta de Kamchatka sabía lo que decía.
También subrayé la página 281, donde el abuelo Schell se pregunta por qué será que no tratamos todas las cosas y todos los momentos como si fuesen los últimos: "De nada me arrepiento más que de haber creído tanto en el futuro", dice, no por pesimismo sino porque esa fe le robó la capacidad de disfrutar el instante; he ahí una emoción que conozco bien.
La novela está llena de fotos, y de juegos tipográficos -en un momento las líneas se superponen y las letras se enciman- y culmina con una serie de fotos del momento en que un hombre cae de una de las Torres Gemelas, pero dispuestas al revés: si uno pasa las páginas velozmente, el hombre no cae sino que asciende. Safron Foer es de los que, como yo, cree que un libro puede cambiar la historia, siempre y cuando no pretenda negarla. Extremely Loud and Incredibly Close se hace cargo de un enorme dolor y trabaja sobre el punto exacto en el que todas las tragedias se parecen: el abuelo de Oskar sobreviviendo al bombardeo de Dresden y el mismo Oskar sobreviviendo a la muerte de su padre se parecen en lo esencial, el viejo y el niño no necesitan para entenderse más que un par de manos que dicen sí y no, y otro par de brazos -más pequeños, como de niño de nueve años- que están dispuestos a abrirse para recibir al otro y hacerle sentir el latir de su corazón, sin necesidad de previa ingestión de micrófono alguno.