Marcelo Figueras
Hace algún tiempo se me ocurrió inventar aquí mismo una Academia de los Menospreciados, para homenajear a aquellos artistas que no reciben el reconocimiento que merecen. Creo que Michael Mann debería tener allí un sitial de honor –al menos en mi versión personal de esa Academia.
Nadie podría decir que a Mann le va mal. Ha filmado con Daniel Day Lewis (El último de los mohicanos), con Al Pacino (The Insider), con Tom Cruise (Collateral) y hasta ha conseguido la proeza de reunir a Pacino con Robert De Niro en Heat. Pero al mismo tiempo, vaya a saberse por qué factores (¿no garantizarse una corte de periodistas adulones, tal vez? ¿o quizás por no malgastar valiosa energía haciendo lobby con los mandamases de los estudios?), nunca terminan de otorgarle la estatura de autor que con tanta liviandad le conceden a gente como Paul Haggis (ganador del Oscar por la mediocre Crash) o, ugh, Ron Howard (que ganó el Oscar por la mediocre A Beautiful Mind). Para mí, sin lugar a duda alguna, Mann es uno de los mejores cineastas norteamericanos de los últimos diez o quince años –si no el mejor.
Su talento es difícil de sintetizar en un par de frases, porque no le gusta jugar sobre seguro; más bien es de los que prefiere desafiarse a sí mismo con cada nueva película. Saltó del policial stylish que era la versión televisiva de Miami Vice a los horrores del crimen psicopático en Manhunter. (Que, por ciento, significó la primera aparición cinematográfica de Hannibal Lecter: la versión de Brian Cox era menos circense que la de Anthony Hopkins, pero igualmente efectiva.) Después deslumbró con la épica romántica de El último de los mohicanos: bellísima de ver, intensa, salvaje, emotiva; el tándem con Day Lewis señala las alturas a que los Mel Gibson, Tom Cruise, Heath Ledger y demás han tratado de llegar en films similares, pero sin suerte. The Insider estaba basada en la historia real de Jeffrey Wigand, que expuso su vida al denunciar la manipulación criminal de las empresas tabacaleras de EE. UU. Mann logró que el film no cayese en ninguno de los lugares comunes del género de denuncia: hurtó el cuerpo tanto a lo exageradamente expositivo como a la explotación de lo emocional, concentrándose en la narrativa cinematográfica; el hombre tiene un instinto visual afiladísimo, que lo convierte en un narrador nato, económico pero siempre efectivo.
Heat es lo que uno vulgarmente llama un peliculón. Su exterior es el del género policial, presentando el duelo entre un delincuente profesional (De Niro) y un detective (Pacino) consagrado en cuerpo y alma a su trabajo. Pero la verdadera gracia del asunto está en el tiempo que Mann dedica a pintar las vidas privadas –nunca mejor dicho- de la banda de ladrones por un lado y de policías por el otro. Si existe algo parecido a un tema recurrente en Mann, es el precio que se paga por la dedicación febril a una tarea, ya sea como policía, abogado, taxista o boxeador. (O cineasta, debería colegir uno.) El duelo verbal entre Pacino y De Niro, en la única escena del film en que se enfrentan sin armas de por medio, es antológico e ilustra el tema de que hablo; dicho sea de paso, esta es la última gran actuación que De Niro ha dado –y conste que hablo de 1995.
No sería inadecuado decir que Mann se aboca a los géneros con la misma ambición de Kubrick: tratando de hacer estallar su techo, recreándolos en el proceso. Ali, por ejemplo, es una biografía modélica: hay que ver intentos más recientes, como Ray o Walk the Line, para apreciar la diferencia entre la simple ilustración de anécdotas y una película de verdad, cuya ambición narrativa no compromete la historia real, sino que por el contrario, la potencia. Las escenas en las que Ali (Will Smith) trota por las calles de Zaire siempre me llenan los ojos de lágrimas. (Dicho sea de paso, el hombre tiene un buen gusto fenomenal en materia de música).
Y ahora el círculo se cierra, con Mann llevando al cine la serie que significó su primer éxito: Miami Vice, con Colin Farrell y Jamie Foxx como los detectives Crockett y Tubbs. Admito que el tráiler que circula en los cines y en la TV no me mueve un pelo, pero no sería la primera vez que una propaganda no le hace justicia al film. (Recuerdo ver los avances de Apocalypse Now y pensar que iba a ser una porquería). Es que mi corazón está con Michael Mann, el hombre que sabe que el cine es la más demandante de las amantes –y que aun así asume su destino hasta las últimas consecuencias.