
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
La inminencia del verano en el Hemisferio Norte significa, entre tantas cosas infinitamente más importantes, que se viene el recambio de las series. La temporada oficial culmina; arrancan los títulos de la contraprogramación. Asistimos a una lluvia de finales que nos dejan todavía más colgados de la palmera que antes. ¿Explotó la bomba de hidrógeno en Lost? ¿Entenderé al final de Breaking Bad qué era ese animal de peluche que flotaba en una piscina desde el Episodio 1? (Algo que ver con un accidente aéreo, leí por ahí; a eso le llamo yo un timing macabro.)
Allá arranca la quinta temporada de Weeds. Aquí empieza la segunda de In Treatment. (Por más que uno entienda su preocupación –un juicio por mala praxis desquicia a cualquiera-, ver a mi psicólogo televisivo favorito así de desquiciado resulta inquietante.) A partir de junio se emitirá en Latinoamérica la temporada final de E.R., una serie que llevo viendo desde hace… ¡quince años! Será un cierre emotivo, sin dudas: a esta altura del partido, muchos de esos personajes son casi familia. Y mientras tanto me pregunto cuándo se verá aquí Nurse Jackie, que se insinúa como el negativo perfecto de E.R., con sus médicos despistados y sus enfermeras que se drogan con Percocet.
Cuando trato de justificar este frenesí de mitad de año, me digo que la mayoría de los colegas de mi propio sexo experimentan un vértigo similar ante la finalización de los campeonatos de fútbol y el comienzo de los torneos de verano. La verdad es que a mí el fútbol me deja frío (aunque vi el final de la Champions y celebré el triunfo del Barcelona), pero entiendo que mi vida no sería la misma sin ese delicioso chisporroteo de historias que entran y salen de mi vida con la mayor impunidad –al igual que los libros o las películas.
Así que, aunque más no sea por esta vez, me abstendré de ser prejuicioso con los amigos futboleros.
Tantas series que ver, y tan poco tiempo.