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¿Qué hay detrás de un libro?

Por 25 de mayo de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Conocemos las obras terminadas de los escritores, y sus textos nos permiten inferir, o cuanto menos imaginar, la ambición literaria que pusieron en juego durante su escritura. Pero en general no sabemos cuál era la expectativa humana detrás de la publicación de esos libros. ¿Dinero? ¿Fama? ¿Una saludable combinación de ambas? ¿O simplemente un reconocimiento a la batalla presentada?

En febrero de 1836, Charles Dickens comenzó a escribir lo que se convertiría en su primera novela, The Pickwick Papers. En aquel entonces era un periodista cuyas crónicas de costumbres, firmadas con el seudónimo de “Boz”, le habían granjeado una cierta notoriedad. Trabajaba como un perro y ultimaba detalles de su inminente boda con Catherine Hogarth cuando William Hall le propuso que escribiese una ficción serializada. Nadie podía prever que Pickwick se convertiría en el éxito popular que fue. Sin embargo la contemplación del manuscrito original, con su letra firme y decidida y con sus párrafos casi desprovistos de correcciones, nos sugiere que Dickens intuyó que había encontrado, en el trabajo minero de aquella escritura, una veta riquísima que no podía dejar de explorar compulsivamente–cosa que haría hasta el último día de su vida.

Poco después, un Herman Melville que también acababa de casarse acometió la escritura de Moby Dick. Como a Dickens, la vida parecía sonreírle. Sus libros con recuerdos de su vida como marino, Typee y Omoo, habían sido bien recibidos por la crítica y el público. Tan confiado se sentía en su futuro, que en 1850 adquirió una finca en Pittsfield, Massachussetts, a la que bautizó Arrowhead.

Cualquiera que hojee Moby Dick comprenderá la enorme ambición literaria de Melville: se trataba de un salto cualitativo infinito respecto de sus libros anteriores. Pero al ser editada en Gran Bretaña en octubre de 1851, bajo el título de The Whale (La ballena), la novela no vendió ni siquiera trescientos ejemplares en los primeros cuatro meses de venta. Y en los Estados Unidos, su patria, vendió poco más de dos mil ejemplares de una tirada de cinco mil; el único cheque por derechos que cobró no llegaba a los seiscientos dólares. Melville trabajó los últimos años de su vida como inspector de aduanas. A su muerte, los diarios lo recordaron apenas como el autor de Typee. El New York Times tuvo el descaro de dedicarle una necrológica en que no lo llamaba Herman Melville, sino Henry Melville.

A su manera, ambos escritores huían del mismo fantasma: el del fracaso económico, que a su tiempo había acabado con sus padres. La realidad los había convencido de que podrían lograrlo si seguían escribiendo, cosa que habían empezado a hacer suscitando el entusiasmo del público. Y allí sus caminos comenzaron a separarse. Con Pickwick, Dickens descubrió su vocación y las mieles del éxito. Con Moby Dick, Melville halló su voz de profeta –y se condenó a vivir los cuarenta años restantes de su vida en el desierto, donde no halló dinero, ni fama ni reconocimiento alguno.

Uno se contenta diciendo que Moby Dick terminó obteniendo reconocimiento. Pero no puedo dejar de pensar que el pobre Melville merecía algo mejor que la gloria póstuma. Debe haber marchado hacia la muerte sintiendo que el capitán Ahab se le reía en la cara, porque le tocaba compartir el destino aciago que imaginó para él en aquel libro que creyó importante sin que nadie, ¡nunca!, le diese la razón.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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