Jean-François Fogel
Es una sensación que ocurre de vez en cuando, siempre desagradable y tormentosa: leer un libro que ya te han contado muchas personas. Es pasear por páginas conocidas y que no se parecen a lo que uno esperaba. Es lo que me ha pasado con Memoria del miedo de Andrew Graham-Yooll. Un gran libro, por supuesto, pero ni la obra de periodismo, ni el retrato de la Argentina de los años setenta de los que me hablaron tanto.
Hay que ser preciso en el caso de un libro que ha tenido muchos títulos distintos y versiones en varios idiomas. Su autor, anglo-argentino, o más bien argentino-inglés, fue periodista del Buenos Aires Herald. Tuvo que exiliarse después de contar en su diario las actividades de terroristas, rebeldes y estatales, con o sin uniformes, que produjeron millares de muertos y desaparecidos en las épocas de la lucha guerrillera y del gobierno militar. La edición que acabo de leer es la que sacó, hace unas semanas, la editorial Libros del Asteroide en Barcelona. Tiene un buen prólogo de Arcadi Espada.
Como todos los libros que se han modificado a lo largo del tiempo, no se trata de un libro, más bien de una acumulación de capítulos que se combinan para producir el retrato de la sociedad surrealista que aceptó vivir entre matanzas. Graham-Yooll –primera sorpresa para mí– no tiene la escritura de la que tanto se ha hablado. Tiene una voz. Habla como persona que tuvo miedo al vivir allá y no como historiador o periodista –segunda sorpresa-. Su potencia no tiene que ver con lo que cuenta sino con cómo lo cuenta. Llega a su tope como cuentista cada vez que prescinde de la primera persona del singular. Su memoria del miedo no se describe con un «Yo», tampoco con un «vos» (estamos en Argentina). Lo que le corresponde decir pasa por un «nosotros».
« … todavía somos también el mismo país» dice el autor a sus compatriotas argentinos al recordar en una introducción, que es un curso fenomenal de historia contemporánea, cómo apostaron y rechazaron soluciones políticas, saliendo de la democracia y volviendo a ella con una voluntad constante de taparse los ojos. Argentina es un caso de amnesia en tiempo real. No vive en la Historia; atraviesa situaciones. En el libro mismo, no hay memoria sistematizada. Hay fragmentos de una vida absolutamente normal, lo que es la historia de Argentina, detrás del miedo, que corresponde a una situación. Graham-Yooll mezcla de manera constante descripciones de la ciudad, de sus habitantes, de pequeños datos de la vida diaria, el tráfico, la ropa, las obsesiones de cualquier habitante, con hechos escalofriantes. Así, un cadáver recién quemado no es un cadáver; más bien un asado extraño bajo un cielo cuya luz se entrega con cariño y precisión.
Lo mejor del libro es así, de sol y sombra; tiempo sublime, la luz de La Plata, buena temporada, cortesía del autor del secuestro, cortesía de su rehén, mezcla de seducción con violencia, comida en la noche, muerte casual, muerte por exceso de torturas, muerte al instante. No hay muertos buenos o malos, lo que hay es el aliento de la enorme metrópolis compartida por todos, los que tienen miedo y los que tendrán miedo en algún momento –basta esperar. Lo que no esperaba por mi parte es esto: un gran texto sobre Buenos Aires como teatro de las pasiones humanas. Es lo que permite a su autor fingir una ingenuidad retrospectiva al contar cómo intentó probar (con el pie) la textura de un cuerpo quemado, o preguntar a un torturador lo que le gustaba de su oficio. Más allá del miedo, existe la vida. Es la gran vencedora en la memoria del inglés de La Plata. Él lo dice muy bien en una frase clave: «La supervivencia era la única victoria posible».