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El enchufado de Dios

Por 25 de mayo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La cólera divina se ha abatido muchas veces contra Guatemala. La primera capital, Ciudad Vieja, fue destruida por catástrofes naturales. La segunda, Antigua, abandonada tras una inundación. La actual ciudad de Guatemala casi no tiene edificios altos en su zona central, porque está construida en zona sísmica. Además, Guatemala tiene más de veinte volcanes, una constante amenaza de Apocalipsis.

Eso, junto con su condición de centro colonial, explica el alto grado de religiosidad que se respira en la reconstruida Antigua. Como todas las ciudades de la época, Antigua tiene una imponente catedral y una universidad, la de San Carlos, cuyo local original ha sido convertido en museo de arte eclesiástico para exhibir los monumentos al sufrimiento y la tortura que los artesanos de la época llamaban arte.

En el museo se aprecian las típicas andas en que Cristo carga su propia cruz con la corona de espinas atravesándole las sienes, y las imágenes de su pasión, con legionarios romanos y lanzas atravesadas en el costado. Todo eso forma parte de la simbología internacional, pero también hay aportes propios del arte guatemalteco: en algunas pinturas, un tierno niño Jesús ya sangra por todo el cuerpo y arrastra su cruz con mirada de quien sabe lo que le espera. En los palacios antiguos suelen verse carruajes expuestos. Aquí hay una negra carroza fúnebre.

Sin embargo, a pocos kilómetros de Antigua, en el pequeño pueblo de San Andrés Itzapa, se encuentra el santuario de San Simón, una suerte de divinidad mestiza. San Simón no vive en una gran catedral sino en una casa rosada que no se distingue de las demás a primera vista, una casa de gente, donde todo el mundo puede realizar sus ritos sin las rigideces habituales del catolicismo.

Así, en el patio de entrada, tres personas queman fogatas preparadas con velas de distintos colores. Más allá, otras dos fuman puros en los que leen el destino. En un rincón hay una cantina. De hecho, parte de las ofrendas habituales son alcohol y tabaco. Al entrar en el santuario propiamente dicho, uno encuentra varias mesas llenas de velas. Las paredes están enchapadas con placas de personas que le agradecen a San Simón diversos milagros. Uno le da las gracias por haberse comprado su taxi. Otro le atribuye haber conseguido a su amor. Pero la mayor parte se refieren a enfermedades sanadas y problemas familiares o económicos resueltos.

Al fondo está San Simón, presidiendo la escena desde un altar. Viste como un patrón de hacienda: lleva un sombrero de palma y un traje negro con corbata. Tiene bigote. En la mano derecha empuña un bastón mientras extiende la otra en espera de tu ofrenda. En efecto, alrededor de su silla se acumulan panes, billetes, tabaco, botellitas de aguardiente Venado, velas, flores. La gente hace cola para llegar a él y dejarle esas cosas mientras hace sus pedidos. Me queda claro que San Simón no hace nada gratis.

A su lado, abajo, hay una imagen tamaño natural de San Judas Tadeo. Pero junto a este gamonal de la santidad, San Judas parece su guardaespaldas. Todo el escenario, de hecho, no es el de una imagen divina, sino el de un señor feudal que recibe a sus siervos y reparte sus favores. Esos favores no tienen nada que ver con los valores cristianos. Son de cualquier tipo. De hecho, para evitar excesos, un cartel en la esquina solicita a los asistentes no pedir maldiciones ni cosas malas, por favor.

En un país en que la Iglesia representa el poder triunfante de los invasores, Dios queda demasiado lejos. Tras ver las imágenes del museo San Carlos, y los uniformes romanos, y las túnicas, uno puede tener la certeza de que Jesús habla otro idioma. Afortunadamente, este también es un país de clientelajes políticos, donde lo que no te da la ley te lo dan tus influencias, tus enchufes con el poder. Y esa es precisamente la función de este santuario. San Simón es el enchufado de Dios, que a cambio de algunos vicios como alcohol y tabaco te puede conseguir un favorcito. No representa la santidad sino los contactos por debajo de la mesa. No simboliza la pureza sino la necesidad. Es el corrupto del reino de los cielos, y su pago constituye la economía informal del paraíso. San Simón representa la transposición del mundo real al más allá, y por eso mismo, para los guatemaltecos, resulta más real que el lejano Cristo ensangrentado que arrastra una cruz.

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