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No ficción, sí ficción

Por 18 de marzo de 2008 Sin comentarios

Marcelo Figueras

/upload/fotos/blogs_entradas/juan_villoro1_med.jpgEl domingo leí una entrevista que el suplemento adn del diario La Nación le hizo a Juan Villoro. Allí el periodista Leonardo Tarifeño le preguntaba al mexicano por el poderío actual de los relatos de no ficción, en contraposición a una ficción hispanoamericana que no puede comparársele en términos de resonancia. Villoro respondió de manera brillante: "La vigencia de la no ficción no deriva de un decaimiento de los mecanismos de la ficción, sino de la necesidad de crear sentido en la sociedad de la información". Viviendo en un mundo que chorrea ‘noticias’ a toda hora y por todos sus orificios -creo que lo más sensato es cuestionar el carácter verdaderamente noticioso de los factoides con que se nos bombardea-, el hombre y mujer comunes ‘saben’ más cosas que nunca, que nadie -y a la vez entienden poco y nada.

Villoro menciona como ejemplo de dato inútil el hecho de enterarse que Pamela Anderson desea ponerse nuevos implantes en los pechos. No quería enterarse de esa intención (¿para qué? ¿a quién puede interesarle, más allá de los miembros de un presunto club de fans o futuros cortejantes?), pero no pudo evitarlo. Por más que no salgamos de casa, resulta imposible que una morralla de datos de esta naturaleza venga en nuestra busca. ¿De cuántas estupideces se han enterado ya en lo que va del día? Yo puedo contar docenas, empezando por el punto final al divorcio McCartney-Mills. Este caleidoscopio de datos variopintos constituye, asegura Villoro, un discurso delirante. "¿Cómo curarnos de la inconexa información?", se pregunta, para de inmediato responder: "Con narración".

La entrevista se mueve entonces en otras direcciones. Pero yo me quedé con las ganas de que Villoro siguiese desarrollando el hilo de lo que venía diciendo, de que cerrase su argumento con el corolario que, de esta manera, quedó tan sólo implícito. Lo que para mí faltó verbalizar sería algo así: que la no ficción funciona porque está asumiendo más y mejor que nunca su función narrativa -quiero decir, la de contar una historia (real, en este caso) que comienza, se desarrolla y termina creando sentido a lo largo del proceso-, mientras que buena parte de la ficción ya no se atreve a narrar de esa manera. En lugar de contribuir a la creación de sentidos que disipen al menos en parte la tiniebla de la vida contemporánea, muchos escritores contribuyen al ‘discurso delirante’ que es característica de los medios: fragmentan sus relatos, generan ruido, se evaden de la lógica como de la peste, imitan la experiencia del zapping. En su intento de estar a la moda, muchos autores de ficción se limitan a imitar los procedimientos de los medios electrónicos. Y aunque existen críticos que los celebran, los lectores suelen huir de estas imposturas. Y en su necesidad de encontrar un relato que les devuelva la sensación de unidad y de sentido, recurren a la no ficción, o a la ficción histórica, o a las series de TV que se fundan en el recurso del continuará.

Yo no creo que imponerle a alguien una historia ‘inventada’ resulte cada vez más arbitrario, como dice Tarifeño que dice Juan Forn. Creo, por el contrario, que la gente hace suyas las historias que triunfan a la hora de seducirla, de convencerla, de involucrarla, sin separar de modo artificial las aguas entre ficción y no ficción. Si así no fuese, la gente viviría comprando noticias y libros de no ficción sobre historias estúpidas y chatas, y esto no ocurre. Los libros de crónica que se vuelven best-sellers triunfan simplemente porque cuentan historias más apasionantes -lo de reales o inventadas es aquí secundario- que los libros de ficción. Aceptémoslo: la vida es hoy más interesante que la mayor parte de los escritores. La culpa de que la gente busque lo que quiere en otra parte no es de la gente misma, sino de los escritores que la juegan de vanguardistas y al hacerlo le entregan la potencia de la literatura a los periodistas, a los cronistas y a la TV.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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