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Más allá del bien y del mal

Por 22 de marzo de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Perdonen que vuelva sobre el asunto, pero acabo de devorarme la segunda y tercera temporada de The Wire y necesito decirlo: esta serie es algo serio. Otras producciones de HBO reciben más y mejor prensa (The Sopranos y hasta Roma, sin ir más lejos), sin embargo es The Wire la que eleva los standards de la televisión a niveles de excelencia pocas veces vistos.

Más allá de la anécdota policial, The Wire es cada vez menos una de policías contra dealers y cada vez más la historia de una ciudad (en este caso Baltimore, pero podría tratarse de cualquier megalópolis latinoamericana: Buenos Aires, Río, el D.F.) con una manzana podrida en lugar de corazón. En The Wire, el único villano es el sistema. Si Dashiell Hammett estuviese vivo se quedaría pegado a la pantalla: desde Cosecha roja que no me topo con una narrativa tan consistente sobre el poder corruptor del dinero en una sociedad que, aunque pretenda lo contrario, es repugnantemente individualista.

La serie fue creada por el ex periodista de policiales y guionista David Simon, inspirado por las experiencias de su socio Ed Burns, que antes de convertirse en guionista fue detective de homicidios en Baltimore. El look realista de The Wire le valió ser comparada con otras series históricas como Hill Street Blues, NYPD Blue y Homicide: Life on the Streets (de la que Simon fue escritor y productor), pero la intención de Simon y Burns era muy otra desde el comienzo. “Los mejores series policiales trataban esencialmente sobre el bien y el mal,” declaró Simon alguna vez. “En cambio las ambiciones de The Wire están puestas en otra parte… Concretamente: estamos aburridos con lo del bien y el mal. Renunciamos a hacernos cargo de la cuestión”.

En todo caso, el mal que preocupa a Simon & Co. va más allá del asunto del libre albedrío, porque forma parte del ADN del sistema. En The Wire, cada vez que alguien desea hacer algo bien recibe zancadillas de sus adversarios, pero ante todo de su propio bando. En The Wire, las motivaciones de policías, políticos y delincuentes son las mismas: cuidarse el culo aunque los demás se hundan. Se trata de mantener la cabeza a flote en el mar de mierda de la ciudad, haciendo uso discrecional de cualquier recurso que esté a mano, legal o no, inmoral o no. Las traiciones entre funcionarios y policías de carrera son más crueles y aviesas que las que los narcotraficantes se prodigan entre sí, porque son infligidas con la sonrisa hipócrita de quien se dice consagrado al bien común. En The Wire, la expresión bien común representa una contradicción lógica, así como lo sería hablar de un calor frío; y aquellos que se atreven a creer en la validez de sus términos reciben pronto castigo por ello, como el mayor Bunny Colvin (Robert Wisdom), que al final de la tercera temporada resulta no sólo despedido, sino además degradado.

Es verdad que The Wire suele ser morosa, pero la ambición de su relato hace imposible moverse a marchas forzadas. Los personajes son muchos, y todos ellos reciben la gracia de su propio arco narrativo: policías, jueces, políticos, funcionarios, informantes, adictos en busca de una dosis que siempre es la próxima, narcotraficantes y dealers de poca monta. Muchos de los policías proceden por simple vanidad, o para escapar del vacío intolerable de sus existencias. Muchos de los delincuentes se saben atrapados en su propia vida. Algunos de sus personajes más inolvidables están precisamente al otro lado de la ley, como el ladrón de narcos Omar Little (Michael K. Williams) y el adicto Bubbles (Andre Royo), cuya integridad es absoluta en la medida en que no mienten ni se mienten sobre sus pulsiones.

Cada temporada alude a un aspecto urgente de la vida en nuestras sociedades. La segunda se concentró en la muerte de la clase trabajadora tal como lo conocemos, en un sistema que privilegia a los pocos para mal de muchos: el eje de la acción está puesto en el decadente puerto de Baltimore, cuyos trabajadores se ven tentados a contrabandear para sobrevivir. La tercera reflexiona sobre la (im)posibilidad de efectuar reformas profundas en una sociedad capitalista. La cuarta, que espero HBO edite pronto en DVD, se centra en cuatro adolescentes negros de Baltimore y las opciones, o la falta de ellas, que van determinando sus destinos en una sociedad que usa a la gente como combustible; la cuestión, aquí, es la posibilidad o no de educar al ciudadano. Con guiones de Simon y Burns, pero también de algunos de los mejores escritores estadounidenses de hoy (George Pelecanos, Richard Price, Dennis Lehane), The Wire tiene la ambición narrativa de un Tolstoi y la sinceridad descarnada de un Dostoievski. Cualquiera de sus temporadas podría llamarse Guerra y paz –o mejor aún: Memorias del subsuelo.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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