
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Lo que Chabon sugiere es que es virtualmente imposible contar una buena historia (ni dar vida a un gólem) sin afrontar algún tipo de riesgo.
‘He llegado a creer que este miedo, esta sensación de ser puesto en peligro por mis propias creaciones, es una parte inevitable, necesaria del escribir ficción y a la vez una garantía, si es que esto es posible, del poder de mi obra; un signo de que estoy en la senda correcta, de que estoy aplicando la receta tal como se debe, de que estoy pronunciando los encantamientos adecuados. La literatura, como la magia, siempre ha girado en torno de los secretos, del dolor, la destrucción y la maravillosa liberación que ocurre cuando son revelados’, dice Chabon en Maps and Legends.
Y sigue: ‘Si un escritor no revela secretos, ya sean los suyos o los de la gente que conoce; si no se arriesga a ser desaprobado, a recibir reproches e ira generalizada, ya se trate de parte de sus amigos, familia o burócratas del partido; si el escritor somete su trabajo a un censor interno mucho antes de que nadie pueda leer su trabajo, el resultado será pálido, inanimado, un pegote de tierra’.
Me gustaría decir aquí que me siento identificado con esta visión que Chabon tiene del proceso. (Y esto sin ánimo alguno de compararme con él, amigo Gólgota: Chabon ganó un Pulitzer y yo no gané en mi vida ni a la bolita, él es un best-seller y yo soy un modesto-seller en el mejor de los casos. Y dicho sea de paso: ¿desde cuanto no leer Bolaño ni saber de Cortázar es un crimen, querido Gólgota? Cuando uno conoce escritores maravillosos el impulso natural es el de difundirlos, darlos a conocer. Reírse de los que no leyeron lo mismo que uno es como reírse del que no tiene para comer mientras se mastica un Big Mac. La literatura no es patrimonio de nadie, sino una plaza pública en la que todos jugamos como queremos, cuanto queremos y con quiénes queremos, sin ser castigados por hacer uso de esa libertad.)
Lo que quiero decir es que, más allá de las diferencias entre la obra de uno y de otro, suscribo la intuición de Chabon de que sólo saliéndonos de nuestra zona confortable se concibe ‘un pequeño mundo que, como el de Dios, es a la vez terriblemente imperfecto y lleno de asombrosa vida’.