Marcelo Figueras
Ayer se me ocurrió proponer, por puro animus jocandi, que alguien filmase una remake de la película Network. No lo hice porque pensase que la película de 1976 es imperfecta –más bien tiendo a creer lo contrario-, sino porque estoy seguro de que la gente tiende a escapar de las películas ‘viejas’. ¿Cuántos jóvenes de hoy han visto Network? Como presumo que es difícil que lo hagan en masa, y como me gustaría que el mensaje de la película –más trascendente hoy que entonces- no se perdiese, se me cruzó que la manera más expeditiva de acercar el guión de Paddy Chayefsky a las nuevas generaciones sería hacer Network otra vez, aun corriendo el riesgo de que la nueva versión no llegue a la altura del original.
Esta propuesta mía, por cierto irrealizable (no teman, que no tengo línea directa con ningún estudio de Hollywood), suscitó un muy interesante y por cierto apasionado comentario de Coco. A Coco la noción de las remakes le pone los pelos de punta. De hecho llega a decir que una remake es en esencia un saqueo. Sus razones son atendibles. Cito de manera textual, para que no tengan que ponerse a hurgar entre los comentarios: “Según mi punto de vista (nunca mejor dicho) la obra cinematográfica es, básicamente, el retrato fiel de lo que ocurrió en aquel momento preciso. Una película es lo más alejado de la obra teatral que se puede encontrar. O de la novela… En ese sentido, el material filmado se parecería más a un cuadro… Es un instante congelado, intocable… Filmar sobre filmado me parece que está más cercano a pintar sobre el cuadro original”.
Admito que la mayor parte de las remakes son malas y se hacen por motivos espurios, siendo el principal la ausencia de buenas ideas originales. Pero a mí me parece lícito que exista la posibilidad de recrear –y conste que no digo refritar, sino recrear- buenas historias originales. Para empezar, esto ha ocurrido siempre. Shakespeare adaptaba materiales históricos o legendarios convirtiéndolos en drama teatral. (Las anécdotas originales de Hamlet y El Rey Lear pueden ser rastreadas en Saxo Grammaticus y Geoffrey de Monmouth, sin ir más lejos.) A su tiempo el cine adaptó a Shakespeare a su lenguaje y a sus necesidades, del mismo modo en que adapta novelas de toda calaña. ¿Por qué, en todo caso, sería aceptable versionar a Shakespeare en el cine –y que conste que se le han aplicado mil y un vueltas de tuerca a sus historias, algunas hasta ofensivas- y no a Orson Welles, que dicho sea de paso era un shakespiriano de ley?
Otra vez me fui de boca. Tengo una semana de incontinencia tipográfica, como me decía Jacobo Timerman. La sigo mañana.