Marcelo Figueras
Ya lo dije aquí mismo alguna vez: Alan Moore es uno de mis novelistas favoritos. Eso sí, no busquen sus obras en los anaqueles de ficción de las librerías porque no las encontrarán. En todo caso, si tienen suerte, las hallarán en la sección dedicada a las historietas. Porque Moore escribe lo que formalmente se llama historietas: libros de viñetas acompañadas por textos. Pero sus historias y la forma en que las cuenta son tan densas, ¡y tan ambiciosas!, que el resultado suele ser superior al noventa por ciento de las ficciones que pasan por novela hoy en día.
Moore ha sido noticia dos veces en los últimos tiempos. La primera, por negarse a recibir ni siquiera un dólar por los derechos de la adaptación cinematográfica de V for Vendetta. La película fue un éxito, pero Moore ni siquiera quiso aparecer en los créditos: supongo que las horrendas experiencias que supusieron From Hell y The League of Extraordinary Gentleman en su traducción al cine lo curaron de espanto. La segunda noticia causará todavía más olas: acaba de salir a la venta su nueva novela, Lost Girls, producto de dieciséis años de trabajo junto a Melinda Gebbie, que arrancó como su socia y terminó como su novia e inminente esposa. Las olas que imagino producirá Lost Girls se comprenden fácilmente cuando uno cuenta de qué va. Corre 1913 en Berlín: se estrena El rito de la primavera, de Igor Stravinsky, y faltan tan sólo meses para que un magnicidio en Sarajevo proporcione la excusa que iniciará la Primera Guerra Mundial. En ese contexto se produce el encuentro fortuito entre tres mujeres: la Alicia de Lewis Carroll, la Wendy Darling de Peter Pan y la Dorothy de El mago de Oz. Coinciden en el mismo hotel austríaco; Alicia, que es la mayor, no tarda mucho en seducir a las otras. Mientras encuentran lo que un periodista describe como “formas cada vez más enloquecidas y acrobáticas de excitarse”, se cuentan sus propias historias de iniciación sexual. No he leído el libro aún, pero los que sí lo han hecho aclaran que Lost Girls (un juego de palabras que alude a los lost boys, los Chicos Perdidos, de Peter Pan) ilustra con toda claridad una infinidad de variadísimos actos sexuales que no excluyen el sexo grupal, el incesto, la pedofilia, las lluvias doradas y el fistfucking. Lo cual implica que vuelve a narrar, en clave porno, tres de los clásicos infantiles más populares de la historia.
Muchos se espantarán ante el concepto, pero nadie puede cuestionar la naturalidad con que la relectura de Moore se desprende de sus fuentes originales. La relación entre Lewis Carroll y su fotogénica modelo infantil siempre fue objeto de conjeturas, pero Alicia no es la única entre estos clásicos en ofrecer una línea evidente de lectura en clave erótica. ¿No es Peter Pan, acaso, la historia de un muchacho marginal que se cuela por la ventana de una casa de clase media y le enseña a “volar” a una adolescente victoriana? ¿No abandona Dorothy su hogar en medio de un tornado, buscando a un Mago que la transforme o la transporte?
“Una de las razones por las que nos metimos en esto fue porque estábamos hartos de la aproximación al sexo que existe en nuestra cultura”, declaró Moore a The Onion. “Nos parece enfermiza, improductiva y fea. En países como E.E. U.U. y Gran Bretaña, la cultura está totalmente sexualizada: todo, desde los autos a la comida chatarra, se vende con una dosis de sexo para convertir al producto en algo más comercial. Pero si uno usa sexo para vender zapatillas no sólo está vendiendo zapatillas, también está vendiendo sexo, y contribuyendo con la temperatura sexual de la sociedad. Consiguen que la gente se excite en un ambiente hipersexualizado, pero si esta gente recurre a la pornografía obtendrá un momento de gratificación seguido de un período mucho más largo de odio a sí mismo, disgusto y vergüenza. Es como el experimento vuelto del revés: una vez que la rata llega exitosamente al alimento, se le proporciona entonces la descarga eléctrica”.
“Si pudiésemos cortar esa conexión entre excitación sexual y vergüenza”, arguye Moore, “lograríamos algo liberador y socialmente beneficioso. Los países en los que la pornografía circula libremente no tienen la cantidad de crímenes sexuales que hay en otras partes. Particularmente los crímenes sexuales contra niños que sufrimos en Gran Bretaña, y según creo también en los Estados Unidos”. (Los que quieran leer la entrevista completa pueden hacerlo aquí).
Conociendo a Moore como lo conozco, no tengo duda alguna de que Lost Girls debe ser una obra magnífica más allá del escándalo. (¡Los dueños del copyright de Peter Pan ya están tratando de llevarlo a juicio!) Mientras espero que termine con la novela hecha y derecha que escribe en estos días –su sólo título está lleno de ecos; se llama Jerusalem-, no veo la hora de que Alicia, Wendy y Dorothy me inviten a acompañarlas en sus nuevas aventuras.