
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
El otro nombre que busqué en la lista de los cien mejores cantantes propuesta por la Rolling Stone fue el de Bob Dylan. Imagino que habrá muchos -empezando por Santiago Roncagliolo- que se sorprenderán ante la simple presunción de que Dylan pueda ser considerado un buen cantante. Y sin embargo, aun cuando entiendo que Dylan carece de todas las características que suele atribuirse a una voz melodiosa, debo decir que su decir me resulta absolutamente convicente. Cante lo que cante, no puedo evitar creerle.
A diferencia de Lennon, Dylan no pretende habitar cada emoción, cada estado del alma; en este sentido, no es lo que tradicionalmente se llama un intérprete. Yo creo, más bien, que canta del mismo modo en que predicaban aquellos profetas desquiciados que se pasaban temporadas eternas en el desierto. Exigidos al límite de lo humano, lo han visto todo y lo han entendido todo y lo han experimentado todo, y al volver no pueden hacer otra cosa que comunicar la verdad entrevista -con un toque de desdén, como si supiesen que nadie va a hacerles verdadero caso, como si estuviesen convencidos de que la gente los toma por locos, como si el mismo acto de comunicar la verdad fuese un contrasentido.
Y sin embargo uno sigue escuchándolos. Porque la voz de canciones como Not Dark Yet transmite el valor de alguien que ha ido por propia voluntad a un sitio donde nosotros sólo iremos cuando no quede más remedio; y oírla equivale a sentir que cuando llegue el momento, no andaremos del todo ciegos.
Por lo demás, la lista de la Rolling Stone no está exenta de los inevitables disparates que derivan de la matemática de toda encuesta. ¿Whitney Houston mejor cantante que Jeff Buckley, que Kurt Cobain, que Brian Wilson? ¿Cristina Aguilera mejor cantante que Bjork, que Thom Yorke, que John Fogerty? ¿Mariah Carey mejor cantante que Tom Waits, que Patti Smith, que Morrissey? Es un error común en lo que hace al arte todo: confundir el instrumento con el intérprete. El instrumento puede sonar celestial, pero el quid de la cuestión pasa por otro lado -por el para qué se lo usa. Por eso Dylan afónico y Thom Yorke con anginas sonarán siempre mejor que la mejor canción de Houston y Aguilera y Carey, porque usan lo que tienen -poco en el caso de Dylan, mucho en el de Yorke- para transmitir algo más importante que ellos mismos, y que por cierto no tiene nada que ver con el rango de agudos o la capacidad de producir tantos gorgoritos por minuto.
Lo que importa no es el sonido, sino lo que cuenta.