Marcelo Figueras
Yo no sé que ocurre allí donde están ustedes, pero aquí en Argentina la televisión es una lotería. Noche tras noche, los programas del horario central comienzan cada día a un horario diferente. Si uno tuviese otra cosa que hacer y quisiese dejar grabando su programa favorito, debería hacerlo considerando un margen de error de hora y media, para no encontrarse después con la fea sorpresa de que tan solo grabó la mitad.
Así la programación entera se ha ido demorando. Los programas que debían comenzar a la medianoche a menudo arrancan después de la una. Y todo por culpa de un dichoso aparatito, que les permite a los programadores medir el rating segundo a segundo y tomar decisiones sobre la marcha: alargá este bloque, despachá a este invitado, seguí hablando de ese tema que está midiendo bien… A veces me imagino a los señores en cuestión, que en vez de estar cenando como Dios manda y disfrutando con su familia siguen pegados a la(s) pantalla(s) con el aparatito en una mano y el teléfono en la otra, como niños aferrados a su PlayStation aunque mamá grite llamando a comer.
El capricho no acaba aquí, porque además de las modificaciones de horario existen cambios de día semana tras semana. La serie Hermanos & Detectives, de Damián Szifrón, que debutó con buen rating y mejores críticas (Szifrón es el creador de Los simuladores, y el director de la película Tiempo de valientes), ya ha sido cambiada de día por tercera vez en poco más de un mes: ahora ha ido a parar a los viernes por la noche, un día en que la audiencia baja por definición debido al arranque del fin de semana. Lo cual no significa, por cierto, que vaya a quedarse definitivamente en ese nicho; tal como dije, en la televisión argentina todo puede suceder. Quiero decir: todo menos complacer al espectador, que se ve privado a diario del simple goce de encender la televisión a tal hora y encontrar lo que se supone que debía encontrar.
Otra tendencia insoportable es la del reciclaje televisivo. En este momento existen no menos de media docena de programas (y conste que hablo tan solo de la televisión abierta) dedicados a mostrarme otra vez lo que ya ocurrió en otros programas. A veces reeditan el material con cierta gracia, vinculándolo con otros y rematando con alguna broma. Pero la mayor parte de las veces se repiten las imágenes casi crudas, tal como salieron en su ocasión: es como comer las sobras de ayer así como quedaron, sin siquiera molestarse en recrearlas como guiso. De ese modo concursos como el de Bailando por un sueño (versión local del estadounidense Dancing With The Stars) no solo ocupa el horario central de una emisora noche tras noche, sino que sus highlights vuelven a acosarme la mañana siguiente, y el mediodía siguiente, y la tarde siguiente, y el fin de semana siguiente –no únicamente en su canal, sino en todos los canales. En este sentido, la televisión argentina ha logrado un margen de reciclaje casi perfecto: en lugar de esmerarse en crear algo nuevo, vive mayormente de sus propios desechos.
Será por eso que en mis rezos diarios le agradezco a Dios la creación del cable.