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La sartén de la vida

Por 1 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Estoy corrigiendo el texto del que será mi primer libro para niños. Al releerlo al cabo de algunos meses de haberle puesto punto final, recordé con vivacidad cuánto me había divertido escribiéndolo. Ojalá escribir fuese siempre así de placentero. Si el Genio de la Lámpara me diese a elegir entre convertirme en Proust o en Hans Christian Andersen, no lo dudaría un instante. Preferiría toda la vida escribir cuentos como El compañero de viaje a la totalidad de En busca del tiempo perdido. Eso sí, le pediría al genio que de ser posible me hiciese un poco más agraciado que el pobre danés. Nadie debe haberle preguntado nunca de dónde había sacado la inspiración para El patito feo.

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La Argentina no tiene una gran tradición de escritores infantiles. Por supuesto, se han escrito y se escriben y se editan infinidad de relatos para niños, lo que digo es que no contamos con figuras del nivel de un Borges; no hemos generado ni siquiera un Roald Dahl. Algunos cuentos de Horacio Quiroga podrían aspirar al podio; y algunos textos de Cortázar tienen el espíritu adecuado, como el relato Los venenos o fragmentos de los Cronopios. La fama de una María Elena Walsh depende más de sus canciones que de sus libros: cien mil Dailan Kifkis no hacen una sola Manuelita la Tortuga.
Alguien dirá que somos un país demasiado trágico para generar una literatura apta para los más pequeños. Recuerdo un libro debido a Constancio C. Vigil. Su título era Chicharrón, contaba la historia de un perrito y terminaba diciendo (cito de memoria): “Lo llamaron Chicharrón, porque en la sartén de la vida lo habían freído”. Después de semejante final, ¿con qué ánimo podía enfrentarse un niño al resto de su vida?
Pero en todo caso, lo trágico de nuestras últimas décadas debería ser interpretado como un gran aliciente, el terreno adecuado para el surgimiento de relatos duraderos. Porque a no dudarlo: las mejores historias para niños son siempre las más terribles.

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¿La sirenita? Trágica. ¿El soldadito de plomo? Idem.
La epidemia de corrección política ha causado estragos en la literatura para niños. Está mal visto perturbarlos, o darles miedo de verdad, y ni hablar de presentarles modelos reprobables. En estos tiempos el pobre Andersen tendría que haberse dedicado a otros menesteres.
Nadie dice que los relatos deban ser usados para asustar a las criaturas, como se hizo durante largo tiempo. Pero tampoco es bueno quedarse en la superficie, en las rimas fáciles, en los juegos de palabras o en los guisos recalentados con sobras del ayer (quien quiera entender Harry Potter, que entienda), perdiendo la maravillosa oportunidad de enfrentarlos por vez primera a los aspectos más oscuros y conflictivos de la vida, que deberán enfrentar, con literatura o sin ella, más temprano que tarde.
Ya adulto, descubrí a Roald Dahl junto con mis hijas. Me encantó su incorrección política y la naturalidad con que trataba los problemas verdaderos que sus protagonistas, aun siendo niños, debían enfrentar. En Matilda, los padres de la protagonista son despreciables. En James y el durazno gigante, los padres del protagonista han muerto y las despreciables son las tías. En Las brujas, el protagonista es convertido en ratón a causa de un hechizo –y nunca puede volver a ser niño. Dahl da por sentado que shit happens, las desgracias ocurren y no hay modo de evitarlas; lo importante es lo que uno hace con su vida a partir del minuto después.

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Relatos infantiles que se me han quedado grabados… Digo los primeros títulos que me vienen a la cabeza:

. La pata de mono del relato homónimo de W. W. Jacobs: casi puedo sentirla moviéndose en mi mano. (Ya sé que no es un relato estrictamente infantil, pero su horror es así de esencial.)
. La espada en la piedra. (El libro de T. H. White, no la película de Disney.)
. Las novelas de Salgari dedicadas a la saga de Sandokán y Yáñez.
. La isla del tesoro, por supuesto.
. Dumas: tanto Montecristo como la saga de los mosqueteros.
. Las distintas versiones de la historia de Robin Hood. (Aun aquellas que contaban el asesinato de su esposa y su hijito y su propia muerte a manos de una parienta lejana.)
. David Copperfield.
. Los libros del Príncipe Valiente, escritos e ilustrados por Hal Foster.

Les dejo un par de líneas abiertas, para que anoten sus propias elecciones:

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De todo el material que he leído en los últimos años, me entusiasman los libros de Lemony Snicket. El primero de la serie se llama El mal comienzo. Su dedicatoria no deja lugar a dudas: Para Beatrice: querida, adorada, muerta”. Y la frase con que abre el relato es simplemente brillante: “Si están interesados en historias con finales felices, lo mejor que pueden hacer es irse a leer otro libro”.
Lemony Snicket es el seudónimo de Daniel Handler. Este hombre tiene claro que los relatos nos ayudan a lidiar con nuestros peores miedos. Y que una vez lanzados a la lid, no está de más divertirse en el proceso.

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Escribir para chicos es liberador, al menos para mí. Porque al hacerlo ya no siento la obligación de encarar Grandes Temas así, con mayúsculas: me limito a contar una historia en la que por supuesto, shit happens, y no queda más remedio que seguir adelante. También es liberador porque al hacerlo ya no siento la necesidad de impresionar a nadie con mi estilo, mi ambición o mis conocimientos: el relato flota o se hunde por sus propios méritos. Y porque escribir para chicos me obliga a ponerme esencial, a no apartarme ni un instante del Primer Mandamiento del narrador, aquel mandato divino que los aspirantes a Proust suelen olvidar a riesgo de recibir condena eterna:
No aburrirás.

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Hay una frase de W. C. Fields que bien podría pasar por un brevísimo relato de horror: Me gustan los chicos. Si están bien cocidos.
Nadie disfrutaría de este relato más que un niño.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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