Marcelo Figueras
Pocos días atrás terminé lo que para mí es una de las mejores novelas en español que he leído en mucho tiempo. Se llama La Anunciación, fue editada en 2007 y su autora es la también poeta María Negroni.
Había oído hablar de Negroni aquí y allá. Le debo su descubrimiento a Elsa Drucaroff, que la convocó al ciclo La voz propia del Malba que brinda a los escritores la oportunidad de interpretar sus textos. Allí oí el comienzo de La Anunciación de sus labios y quedé prendado.
¿Qué cuenta La Anunciación? Algo difícil de definir. (De hecho la novela misma arranca asumiendo la dificultad de la tarea por acometer: “No sé cómo se cuenta una muerte, Humboldt. Y, menos, una muerte como la mía, que terminó volviéndose vida”.)
Se podría decir que La Anunciación habla de la experiencia de los años 70 en la Argentina. Pero nunca que se trata de una novela sobre los años 70. En todo caso, se refiere a aquellas experiencias traumáticas del mismo modo en que Oliver Twist habla sobre la Inglaterra del industrialismo desatado o Lorrie Moore habla del 11 de septiembre en A Gate at the Stairs: como la particular circunstancia a trascender, la horca caudina de la Historia bajo la que hay que pasar para arribar a la hache minúscula –a la historia propia, de la que uno desearía adueñarse aunque más no sea por un rato para después perderla a conciencia.
En cualquier caso diré que es una novela donde una voz femenina evoca al fantasma de Humboldt (¡otra hache mayúscula!), el amado muerto, ido, desaparecido. Pero también es una novela donde de tanto en tanto asoma Athanasius, el monje del siglo diecisiete a quien se le atribuye la creación de un Museo “que contiene o duplica el mundo” y que dialoga con la narradora y con el poeta Vicente Huidobro. (Aquel que pretendía que el verso fuese “como una llave que abra mil puertas”.) Donde una mujer llamada Emma pinta infinitas copias de La Anunciación de Filippo Lippi, en busca del Santo Grial de un color azul que se insinúa irrepetible. Y donde asimismo las palabras (por ejemplo, casa) debaten el proceso revolucionario y por supuesto, el sentido de todo.
Quizás habría que preguntarse, mejor: ¿cómo cuenta La Anunciación? Pero la respuesta sería igualmente esquiva. La Anunciación cuenta como puede, al igual que todas las novelas, pero ante todo: como quiere. En un ensayo recogido en el libro Galería fantástica, Negroni dice lo siguiente de La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik: “Ninguna humillación de narrar. Ninguna sumisión a ‘las partes serviles del relato’. Sólo el recuento obsesivo de algunas ceremonias para someter el acto de escribir a un escrutinio brutal”. La misma preceptiva que Negroni adoptó para La Anunciación. Aquí no hay trama, no hay búsqueda del verosímil, no hay construcción de una temporalidad –esas servidumbres que la mayoría de los narradores solemos aceptar, con tal de que se nos permita entrar en el templo de la novela.
(Continuará.)