Marcelo Figueras
Me compré el DVD de Children of Men y la volví a ver. Por tercera vez. Con cada nueva visión me parece más grande. Me da rabia que no haya obtenido el reconocimiento que merece, creo que se trata de una película antológica: por lo que cuenta y por la forma en que lo cuenta. Hay secuencias increíbles desde un punto de vista técnico, por ejemplo la que registra un viaje, la persecución y sus consecuencias sin salir nunca del interior de un auto, o el plano secuencia de la última parte, desde que Theo pierde a Kee y a la bebita hasta que las recupera dentro del edificio y se enfrenta a los soldados. En todo caso, lo más maravilloso de esas secuencias es que fluyen naturalmente, sin imponerle al espectador su prodigio narrativo.
Basada en la novela homónima de P. D. James y dirigida por mi admirado Alfonso Cuarón, Children of Men se permite interrogarse sobre el destino de la especie a partir de una anécdota con elementos de ciencia ficción: el año en curso es 2027, un punto de inflexión en la historia en la medida en que hace ya mucho que ninguna mujer puede concebir. Por esas vueltas del destino, el escéptico Theo Faron (Clive Owen) debe custodiar a la única mujer embarazada que ha conocido el mundo en más de veinte años. Esa mujer, Kee, es una inmigrante ilegal en una Inglaterra que persigue a la gente de su condición y la encierra en campos de concentración o en ghettos al estilo de Varsovia. Su misión es ponerla en manos de un grupo político llamado Proyecto Humano, cuya existencia real ni siquiera está del todo probada, en la asunción de que son los únicos que están en condiciones de protegerla –a ella y a la criatura por nacer.
En este contexto Children of Men engendra escenas que me seguirán acompañando mientras viva. La epifanía que se produce cuando la existencia de la bebita Dylan es develada y todas las facciones –los soldados del gobierno, las fuerzas de la resistencia entre los inmigrantes- detienen su fuego y dejan de matarse… tan sólo por un instante. O la secuencia del final, con Theo, Kee y la bebita boyando en el bote. Intuyo que el estudio presionó allí y Cuarón se vio obligado a agregar un plano que convirtiese ese final en uno que resultase feliz de manera inequívoca. Para mí el final verdadero tiene lugar con la imagen del bote y de la boya, cuando todavía no hay ni señales del barco salvador, cuando nos preguntamos si el Proyecto Humano –el grupo del que se habla en el filme, pero también el proyecto humano en sí mismo- existirá de verdad o será tan sólo una ilusión.
Siempre que la veo le descubro algo nuevo. Anoche me conmovió lo que podría parecer una escena menor. Theo visita a un pariente que tiene un cargo en el gobierno, con la idea de pedirle un favor. Cuando llega a verlo, descubre que este pariente ha estado rescatando obras de arte de su inminente destrucción, en gira por un mundo entregado a la anarquía. Cenan junto al Guernica de Picasso, la conversación aclara que han salvado algo de Velásquez y otro poco de Goya. De hecho, el David de Miguel Angel custodia la entrada. El pariente se lamenta entonces de que llegó demasiado tarde para salvar a La Piedad, que cuando arribó a Roma ya la habían destrozado de manera irreparable –a diferencia del destrozo real que le produjo un loco hace años, al golpearla con una maza.
A veces pienso que vivo en un mundo que está decidido a acabar con la piedad.