Marcelo Figueras
¿Cómo son los personajes que más nos conmueven? Nunca antes había tratado de racionalizar este asunto hasta ayer, ante la visión del capítulo final de The Wire. Pensé: me conmueven los personajes que están en inequívoca situación de inferioridad ante fuerzas que los avasallan, los niños, los inocentes, aquellos a quienes se les deniega dignidad, pan, justicia. Pensé también: me conmueven los personajes que aun siendo conscientes de esta disparidad de fuerzas, hacen frente a su destino sin perder la dignidad. En cualquier caso, la cuarta temporada de The Wire, que HBO terminó de emitir en Latinoamérica –falta tan sólo una quinta parte, que será la última-, abundó en ese tipo de personajes. Habiendo arrancado como una serie policial, The Wire se apartó del género puro hace ya mucho tiempo. Cualquiera que en el futuro quiera entender cómo era vivir en Baltimore a comienzos del siglo XXI (y por extensión en cualquier gran ciudad del orbe), encontrará en The Wire un espejo ineludible.
La cuarta temporada se centró en las historias de cuatro adolescentes, compañeros de escuela. El capítulo final no dejó duda alguna respecto de sus destinos. De los cuatro tan sólo uno, Namond Brice, parece haber escapado a su destino inevitable, al ser virtualmente adoptado por un ex policía. Randy, acusado injustamente de ser un soplón, va a parar a un internado donde lo muelen a palos. Duquan, víctima de un sistema escolar que no tiene cabida para él, termina vendiendo drogas en una esquina. Y Michael se gradúa como asesino profesional, al servicio de un narco llamado Marlo Stansfield. En realidad ni siquiera Namond está a salvo. En la escena final ve desde el umbral de su nueva casa a otro de sus viejos amigos, Donut, que pasa al volante de una 4×4 carísima, obvio fruto de su desempeño como dealer callejero. La cámara sigue al vehículo hasta el cruce de calles, donde se queda para subrayar la encrucijada de Namond. ¿Tiene sentido estudiar y trabajar, en una sociedad que por las buenas no le permitirá nunca el acceso a semejantes disfrutes? ¿Qué puede enseñarles la escuela a jóvenes cuyo único horizonte de vida es la venta de drogas y la muerte temprana?
Pero el personaje que me hizo llorar sin freno fue el de Bubbles, interpretado por Andre Royo. Bubs es un yonqui que ya apareció en otras temporadas, ayudando ocasionalmente a los detectives a cambio de algo de dinero, o de protección en caso de ser necesaria. En la cuarta temporada Bubbles ha abandonado el hábito, y vende mercancía barata –ropa, gorras- que transporta de aquí para allá en un carrito de supermercado. En los últimos tiempos se ha convertido en víctima de otro yonqui, que le roba los magros dólares que consiguió con su mercadito ambulante y de paso le pega, por puro goce. Bubs pide ayuda a los detectives que conoce, que se la prometen pero nunca cumplen. Angustiado y temeroso, esconde veneno en una dosis en la esperanza de que el yonqui se la robe y que muera al consumirla. Pero quien se la roba primero es Sherrod, un jovencito a quien estaba ayudando a ganarse la vida limpiamente. Bubbles se entrega a la policía, acusándose a sí mismo de haber asesinado a Sherrod. Termina encerrado en un neuropsiquiátrico, llorando amargamente –como yo, ante tamaña injusticia.
Una sociedad es tan buena como el cuidado que prodiga a sus hijos más desvalidos. Todos estos personajes me conmueven por definición: aquellos a quienes dejamos caer por las grietas, a los que ignoramos deliberadamente, a los que consideramos prescindibles aunque sus vidas no sean menos vida que la mía.