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Blogs de autor

Haneke demuestra que el cine está vivo

Por 28 de julio de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Acabo de ver Caché, la última película de Michael Haneke, mientras caía sobre la ciudad un granizo tan blanco como violento; no puedo imaginar escenario más adecuado.

Mi debut con la obra de Haneke tuvo lugar con Funny Games, una de sus primeras películas, realizada en Austria. Me pareció uno de los filmes más inquietantes que vi en muchísimo tiempo. No sólo por su argumento, que ya lo es de por sí: una familia (padre, madre, hijo) llega a su casa de fin de semana, al borde de un lago idílico. Pronto reciben la visita de dos jóvenes educados y bien vestidos, a quienes identifican como huéspedes de sus vecinos, que se presentan en la casa solicitando el préstamo de algunos huevos. Casi de inmediato toman a la familia como rehén y la someten a una serie de juegos sádicos. Esta historia, que en manos de un cineasta hollywoodense se habría limitado a un ejercicio de género, es empleada por Haneke para dinamitar las convenciones a que nos hemos habituado después de tanto ver cine basura. No hay happy ending, no hay psicologismo (nunca se explica nada respecto de las motivaciones de los agresores), ni siquiera hay catarsis; el único momento catártico se revela enseguida como falso, porque además a Haneke le gusta jugar con las superficies del relato: uno de los victimarios se dirige de tanto en tanto a cámara (nos dice, por ejemplo, que todavía no hará tal cosa, porque aún no se llegó a la duración promedio de un largometraje), pero la ruptura del realismo no disminuye en nada la violencia de la narración –que es espeluznante, incluso cuando transcurre casi siempre fuera de cuadro.

Caché reitera la mayor parte de esas marcas de autor. Aquí hay otra familia acomodada (padre, madre, hijo) que comienza a recibir en su casa videos de alguien que, de esa manera, les demuestra que los está vigilando. Ese alguien no pide nada, no reclama nada: se limita a entregar los videos envueltos por un papel con un dibujo infantil, a veces un niño con sangre en la boca, a veces una gallina degollada. Esta presencia informe colabora a desnudar cuán leves y equívocos son los lazos que unen a este grupo de familia; y a la vez saca a flote una vieja culpa, que dado que Haneke filmó en Francia tiene que ver con un episodio negro de la guerra contra Argelia, pero que –como él mismo ha aclarado en infinidad de entrevistas- podría transcurrir en cualquier otro país que tenga una industria cinematográfica pujante, porque si hay algo que sobra en los países poderosos son los motivos para sentir culpa. El hecho que dispara esa culpa pertenece al pasado, pero sus consecuencias son presentes, porque la cuestión aquí es qué se hace con ese sentimiento –y Georges (Daniel Auteuil, siempre admirable) no hace nada más que seguir huyendo de la culpa, mediante mentiras y si es necesario mediante canalladas. Haneke se cuida, además, de evitar que el espectador se tranquilice atribuyendo ese peso a circunstancias históricas: cuando Georges discute acaloradamente con un ciclista negro, Haneke sugiere cuán vigentes son algunas culpabilidades en esta Francia de hoy, tan aficionada a expulsar extranjeros “indeseables”.

Aquí también juega Haneke con los tiempos (aunque no existe nada tan radical como la interminable, por terrible, escena de Funny Games en que el padre lucha por deshacerse de las ataduras) y asimismo con las superficies del relato, confundiéndonos gracias a la existencia de las cintas grabadas en el argumento del filme: al negarse a representar el video con grano, nos roba la posibilidad de identificar cuándo estamos viendo algo “real”, y cuando algo grabado por aquel que vigila a la familia.

Haneke no hace películas de esas que lo mueven a uno a salir bailando del cine. Pero tampoco es de esos autores que confunden inteligencia con aburrimiento: sus películas lo agarran a uno por el cuello y no lo sueltan. Lo que yo le agradezco es que me recuerde cuán participativo puede ser el rol del espectador. En sus películas no hay seguridades, nunca nada va hacia donde parece ir y la mayoría de las preguntas quedan sin respuesta. (Sin respuesta predigerida y regurgitada, quiero decir.) La mayoría de los cineastas considera que el espectador es un apéndice de la butaca, como el posavasos que hoy es tan habitual en los multiplexes; Haneke, en cambio, me invita a participar de su juego. Ya no recuerdo si alguna vez me ocurrió algo parecido a lo que me produjo el plano final de Caché, un plano fijo y general que me obligó a preguntarme una y otra vez qué era lo que estaba viendo. Menos mal que la vi en DVD: tuve que volver hacia atrás para cerciorarme.

Tengo entendido que Haneke está rehaciendo Funny Games para el mercado en inglés, con Naomi Watt como protagonista. Tendría que haberla hecho con Tom Hanks y Meg Ryan, para devastar de una vez y para siempre la mirada del espectador cautivo de Hollywood.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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