Marcelo Figueras
Me encantaría ver una versión de Corto Maltés en el cine. Quiero decir, he visto un par de las adaptaciones animadas que compré en DVD y están bien, pero la tentación de ver a un Corto y a un Rasputín de carne y hueso… Hasta tengo una idea de casting: el francés Romain Duris en el papel del aventurero creado por Hugo Pratt.
Me gustaría también una adaptación de Terry y los piratas de Milton Caniff. Tantas películas han robado sus escenarios, su tipo de peripecias y su sabor retro –empezando por un tal Indiana Jones-, ¿que por qué no ir directamente al original?
Me gustaría ver El eternauta de Héctor G. Oesterheld, por supuesto. Entiendo que hay en marcha una versión a ser dirigida por Lucrecia Martel. Me da esperanzas y miedo a la vez, porque es un proyecto de esos que ofrece una sola manera de hacerlo bien y un millón de maneras de arruinarlo.
Ya saben que me gusta Preacher, que siempre está por hacerse en TV o en cine. Y me encantaría ver Nippur de Lagash en la pantalla grande, aun cuando imagino que se trata de un imposible: no estoy seguro de cuán conocida sea Nippur más allá de la Argentina, ¿y qué compatriota mío podría filmar las andanzas de un guerrero sumerio en tiempos de Teseo?
¿Cómo sería una adaptación de Alack Sinner, de Muñoz y Sampayo? ¿Y una del Batman: Year One de Frank Miller? ¿Y otra de From Hell de Alan Moore que borre el sabor a nada del film de los hermanos Hughes?
No es que a uno no le alcance con la historieta original –o con la novela, o con la obra de teatro. Estos relatos están perfectamente bien como están. Y son autosuficientes. ¡No necesitan nada más! Los que lo necesitamos somos nosotros, pobres criaturas egoístas. Si una historieta (o una novela, o una obra de teatro) nos ha transportado a una dimensión más alta, siempre querremos verla adaptada en otro registro. Porque verla trasladada a otro código narrativo nos devolverá la ilusión de descubrirla con ojos nuevos –como si fuese la primera vez.