Marcelo Figueras
Lo que sigue es el texto que leí el pasado viernes, en el marco del primer Congreso Iberoamericano de Cultura celebrado en México y consagrado al cine.
¿Por qué es triste Hamlet?
Ya sé que la obra tiene más cadáveres que actos: mueren todos los protagonistas a excepción de Horacio, y se dispone de ellos de la manera más variopinta -veneno dispensado por todo tipo de orificios, ahogamiento por culpa de un vestido que en el agua pesa demasiado… (Ofelia, hay que decirlo, fue la primera fashion victim de la Historia.)
Pero me refiero a otra clase de tristeza. El tipo de blues que permanece en el alma cuando ya empleamos la sección de Obituarios para envolver los huevos o el pescado. Entiendo su desconcierto, se preguntan qué tiene que ver este asunto con el tema que nos ocupa. Ténganme paciencia. Ya que arranqué hablando de una obra que se relaciona con la postergación de la duda, permítanme diferir la respuesta hasta el final. ¡Hagan de cuenta que se trata de una de esas películas que empieza con el héroe colgando de un abismo!
Cuando se habla de literatura en relación con el cine, todo el mundo se apresura a diferenciar sus esencias. Como si se tratase de dos personas inseguras, unidas por un parentezco de sangre que amenaza devorarse sus identidades individuales. Del lado de la literatura, los exégetas subrayan su preeminencia como Arte con mayúsculas: la novela como piedra basal de la cultura. Del lado del cine, los epígonos aseguran que su lenguaje es independiente de todo lo que antecede, y sugieren la conveniencia de prescindir de contaminaciones: el cine como objeto químico puro. Como si la vida verdadera no hubiese surgido del barro…
Si la tentación no fuese tan obvia, diría que la gente de ambos bandos comete el error que los latinoamericanos practicamos desde siempre: resaltar las diferencias entre nosotros, antes que convertir nuestras coincidencias en mayor fuerza -y más importante aun: en fuente de inspiración.
Quizás por considerarme tan escritor como cineasta, me resulta natural pararme en el terreno común a ambos quehaceres. Ambas disciplinas comparten la mayoría de sus valores. Veamos, por ejemplo, lo que dice un narrador eximio como Milan Kundera. En un ensayo Kundera sostiene que ‘la única raison d’etre de una novela es descubrir lo que tan sólo una novela puede descubrir’. La novela tendría, pues, ‘un extraordinario poder de incorporación: mientras la poesía y la filosofía no pueden incorporar a la novela, la novela puede incorporar dentro suyo poesía y filosofía sin perder nada de su identidad’. Esa sería su capacidad más meritoria. ‘Combinar todos los medios intelectuales y todas las formas poéticas para iluminar lo que sólo una novela puede descubrir: el ser del hombre’.
Ahora cambiemos unas palabras y veamos si el pronunciamiento funciona todavía. ¿No sería igualmente atinado decir que ‘la única razón de ser del cine es descubrir lo que tan sólo el cine puede descubrir’? ¿Es menor el poder de incorporación del cine, en tanto puede asimilar no sólo poesía y filosofía sino también la dramaturgia universal y hasta -no se ofendan, hombres de letras- la novela misma? ¿Acaso no combina el cine todos los medios intelectuales y las formas poéticas para iluminar (cuando hace bien las cosas, por cierto) el ser del hombre?
‘Cualquiera sea el aspecto de la existencia que la novela descubre’, prosigue Kundera, y parafraseo yo: cualquiera sea el aspecto de la existencia que el cine descubre, ‘debe hacerlo mediante la belleza… Belleza, el último triunfo posible para el hombre que ya no puede tener esperanzas. Belleza en el arte: la súbita llamarada de lo nunca-antes-dicho’… o nunca-antes-visto.
Se trata de dos de los canales más privilegiados que abrió el hombre para transmitir belleza -la belleza estética, pero también la de las ideas y aquella otra que, al expresar el misterio de la existencia, nos pone al borde del conocimiento místico. Cine y literatura están, pues, hermanados por sangre. Como ocurre entre hermanos, es posible que se ignoren y hasta que se combatan. (Ah, cuántos crímenes se han cometido en el cine en nombre de la adaptación literaria…) Pero la naturaleza sugiere el otro camino: el del mutuo acompañamiento, el del enriquecimiento recíproco.
(Continuará.)