Marcelo Figueras
Terminé de leer El primo Basilio, de Eca de Queirós, y me resultó inevitable pensar que el adulterio es uno de los temas más perdurables de la literatura. (La novela cuenta la traición de la joven y encantadora Luisa, que engaña a su marido con el primo del título, con las consecuencias funestas que son de imaginar.) Ya David es adúltero en el arranque del Antiguo Testamento, como lo es Helena en La Ilíada; desde los albores del relato escrito hasta la pasión homosexual de Brokeback Mountain, el arco del adulterio como tema es tan constante en la narrativa como inconstantes son los hombres. Lo cual remite al tema del matrimonio, que lo antecede en la experiencia: para que exista el adulterio, hombres y mujeres deben haberse prometido fidelidad, un amor exclusivo. Al menos a mí, esta promesa me parece más sorprendente -¡y más misteriosa!- que el adulterio.
W. Somerset Maugham dice que el amor es una broma pesada que se nos juega para asegurar la preservación de la especie. Si así fuese, debería sernos natural la reproducción con cuantos socios se nos presenten cada vez que sucumbimos al celo, como ocurre con la mayoría de los animales. Y sin embargo, casi desde el origen de la especie, el hombre tendió a organizarse de manera monogámica. Me pregunto cuáles serán las razones. No creo que tengan que ver con la instauración de los tabúes, puesto que más allá de madres y hermanas y padres y hermanos, hay un universo de posibilidades amatorias que no conducen necesariamente a las estrecheces del matrimonio. Y en el caso de que coincidiésemos con Ambrose Bierce y dijésemos que el amor es una locura pasajera que se cura con el matrimonio: ¿qué representaría el adulterio? ¿Una recaída?
Dándole vueltas al asunto me encontré con algunas frases memorables, aun cuando muchas veces no coincida con lo que expresan. Las disfruté locamente, así que las comparto:
“Cuando queremos leer sobre las cosas que se hacen por amor, ¿a qué recurrimos? A la sección policial de los diarios”. (George Bernard Shaw)
“Matrimonio: el estado o condición de una comunidad formada por un amo, una amante y dos esclavos, lo cual al sumar resulta, en total, dos”. (Ambrose Bierce)
“La cadena del matrimonio es tan pesada que hacen falta dos para arrastrarla –y a veces tres”. (Alejandro Dumas)
“El matrimonio es una amistad reconocida por la policía”. (Robert Louis Stevenson)
“El matrimonio es la única aventura permitida a los cobardes”. (Voltaire)
“El amor es una cosa ideal, el matrimonio es una cosa real; la confusión de lo real con lo ideal nunca se salva de recibir castigo”. (Goethe)
Soy consciente de lo inadecuada que parece hoy la institución matrimonial, o cuanto menos la pareja monogámica, dadas las veleidosas características de la especie. Pero contra todo argumento racional, elijo seguir apostando a la relación exclusiva entre dos, por lo menos mientras exista el mutuo consentimiento. Ya sé que se trata de un salto de fe, y que existen montañas de evidencia en mi contra. Pero después de todo, yo soy de los que creen en la posibilidad de la justicia social y de la paz entre los hombres. ¡Yo soy de los que creen en la novela! De allí a creer en el amor perdurable entre dos hay tan sólo un paso. Lo mío, está claro, son las causas perdidas.