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El valor de un simple libro

Por 20 de febrero de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Venía preguntándome por qué escriben los escritores, qué clase de fiebre nos impulsa a abrir ventanas en nuestra existencia para imaginar existencias ajenas, cuando me topé con el comentario que alguien colgó ayer de mi página del blog. La firmante eligió el apelativo de necia. Y lo que escribió allí, a cuento de mi texto sobre la película Capote, era una historia tan breve como emocionante.
Según necia, ella descubrió a Capote seis meses atrás, cuando su amigo Luis compró un ejemplar de A sangre fría. Luis leía lentamente, lo suficiente para que su amiga le ganase de mano y llegase primero al punto final. Al poco tiempo Luis fue al cine y perdió el libro; su amiga asegura que se lo robaron. Una semana después, escribe necia con sencillez escalofriante, Luis “se fue de viaje y murió”. Desde entonces, cuenta, cada vez que oye hablar de Capote se le ocurre pensar que su amigo nunca pudo leer el final.
Lo que me preguntaba antes de leer esta historia era simple: ¿qué es lo que decide a un hombre o a una mujer a pasarse la vida imaginando vidas que no son la suya? La inmensa mayoría de la gente vive su vida viviéndola: estudia, trabaja, traba relaciones, se interroga, sufre, ve televisión, goza, envejece, muere. Los escritores vivimos la vida mientras vivimos las vidas de otros. Debe haber algo compulsivo en esta necesidad de parir historias, de multiplicar la vida propia, porque es obvio que, al menos en Hispanoamérica, nadie decide hacerlo porque piense ganarse así la vida. Y sin embargo uno se lanza, roba horas al sueño, al trabajo y a los afectos para escribir cuentos y novelas que quizás no le interesen a nadie. ¿Por qué? ¿Y por qué ahora, cuando los libros parecen condenados a convertirse en objetos de culto? En alguna época el ego debe haber jugado una razón de peso, la vanagloria de ver el nombre propio impreso en una portada. Pero más allá de doradas excepciones, la gente ya no otorga a los autores el prestigio automático que en alguna época distinguió al gremio. El valor del libro como instrumento está depreciado hoy, porque existen medios más vistosos para la difusión de la cultura y la creación de entretenimiento.
En mi caso particular, escribir ficción es mi forma de conocer. Lo digo en un sentido literal: como no soy dado a la autobiografía ni al realismo ramplón, invento historias que me fuerzan a aprender cosas que de otra forma no habría aprendido. Si no hubiese sido por mis novelas, seguramente no habría encontrado excusa para dedicar tiempo a estudios tan eclécticos: en estos últimos años leí sobre los números primos, sobre Shakespeare y a Shakespeare y sobre biología; me aprendí los Evangelios Apócrifos y la teoría musical que había ignorado en mis años escolares; me especialicé en el pensamiento de los gnósticos y en el folklore irlandés. Pero a la vez estos conocimientos son funcionales a un impulso primal, que es el del autoconocimiento. Escribir ficción es en esencia mi forma de pensar el mundo, y de pensarme. Cada vez que termino un libro sé algo nuevo sobre los celtas, o sobre la primera esposa de Perón, o sobre los precursores del cine argentino, pero ante todo sé algo más sobre mí. Si yo fuese un grillo, recurriría a mis antenas para relacionarme con mi mundo. Pero como no lo soy, utilizo lo más parecido a un par de antenas que encontré: la creación de ficciones.
Cuando leí la historia que necia contó se me ocurrió algo más. Las razones que acabo de citar como fuente de mi escritura son puramente privadas e individuales. Pero nadie escribe tan sólo para uno. Uno escribe para relacionarse, para producir emociones en otros, para generar una respuesta; como el chillido del murciélago, que grita para que su radar le certifique que hay algo o alguien allí afuera. Y de manera muy especial: en un mundo tan difícil y tan cruel como el que nos tocó en suerte, uno escribe en la esperanza de crear algo bello que oponer a tanta fealdad. Uno escribe con el deseo de generar “una de esas cosas por las que vale la pena vivir”, como listaba el personaje de Woody Allen en Manhattan: ¡qué no daría uno con tal de figurar al lado de Groucho Marx, la Sinfonía Júpiter de Mozart y La educación sentimental!
Me encendió el alma la forma que necia eligió para lamentar la pérdida de su amigo. Podría haber penado porque era joven, o porque no llegó a cumplir sus sueños. Pero no, necia eligió lamentar su muerte usando la figura de un libro, y al hacerlo confirió a un libro el valor de aquellas cosas por las que es genial vivir. Un libro es algo tan valioso, que lo habilita a uno para decir: “Qué lástima que no llegó a terminarlo”. Necia lo pone de una forma que yo no puedo mejorar: “En las personas un simple libro puede significar tanto”.
Por eso escribimos, pues.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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