
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Me he vuelto adicto a Breaking Bad. Lo cual puede parecer broma, dado que la serie trata de un profesor de química que, al descubrir que sufre de un cáncer de pulmón en fase terminal, decide convertirse en fabricante de metanfetaminas para dejarle dinero a su familia; pero en esencia es verdad, dado que vivo en la anticipación de sus próximos capítulos.
El relato es seco, descarnado. La clase de series que podríamos hacer muy bien en Latinoamérica, si hubiese canales dispuestos a emitir algo que vaya más allá de Operación Triunfo y Bailando con las estrellas o porquerías semejantes. En los dos capítulos de la segunda temporada que ya se emitieron en los Estados Unidos, la narración arranca con toques casi surrealistas: un ojo flotando en una piscina, un auto que rebota sobre el suelo como si tuviese resortes en lugar de ruedas. Ese preámbulo no hace otra cosa que subrayar lo extremo de las situaciones que Walter White (un inmejorable Bryan Cranston) está viviendo desde que se pasó al Lado Oscuro.
Víctimas del distribuidor de las drogas que producen, un psicópata llamado Tuco (Raymond Cruz), Walt y su ex alumno y actual socio Jesse (Aaron Paul) se enfrentan a la muerte cuando Tuco se convence de que lo denunciaron a la policía. Secuestrados y encerrados en una cabaña en el desierto, Walt y Jesse entienden que su vida depende del ‘guardia’ que Tuco les ha puesto: un tío parapléjico, que sólo puede expresarse mediante un timbre de esos con que se llama a los botones en los hoteles. Jugadas con la más absoluta de las seriedades, estas escenas adquieren sin embargo un tinte de comedia: nada más hilarante que la desesperación lisa y llana.
Historia de un hombre común que, con la excusa del bienestar de su familia, decide tomarse revancha de una vida perra, Breaking Bad es de esas series que sorprenden todo el tiempo: nunca sabemos qué es lo que ocurrirá, y cuando pensamos que nada puede ir peor, las cosas se complican todavía más.
No sé si su productor y creador Vince Gilligan podrá sostener este nivel de tensión durante mucho tiempo. Pero al menos hoy, Breaking Bad aspira (ugh, cómo trabaja mi cabeza) al título de la mejor serie del momento.