Marcelo Figueras
La primera vez que me encontré con Rodrigo Fresán en Barcelona (hace de esto ya muchos años, puesto que lleva once aquí), me citó en la puerta de la FNAC, frente a la Plaça de Catalunya. Ayer nos encontramos en exactamente el mismo lugar. Y Rodrigo tenía para mí, a modo de obsequio por mi llegada, un libro que a su manera también completaba un círculo. En algún momento de la década del 80, cuando todavía vivíamos ambos en Buenos Aires, me regaló mi primer libro de John Irving: The World According to Garp. Sin exagerar ni un poquito, confieso que Garp cambió mi vida. Ayer me regaló la más reciente novela de Irving: Last Night in Twisted River. A eso le llamo yo una bienvenida.
¿Qué es lo que me enamoró tanto de la literatura de Irving? Que encapsulaba de un modo profundamente personal alguna de las cosas que más me gustan de la literatura. (Y por ende que más persigo en mis novelas, salvando las enormes distancias que me separan de aquellos a quienes considero maestros.) Empezando por el largo aliento: aquellos relatos que se prolongan durante décadas y le conceden al lector la sensación de haber pasado una vida entera junto a esos personajes. Los personajes entrañables: fallidos siempre como seres humanos, pero dignos de la redención que tanto buscan. El sentido del humor. (“Escriba lo que escriba, por más gris u oscuro que sea el tema, siempre me va a salir una novela cómica”, declaró alguna vez.) El empleo de la literatura como una variante del exorcismo. (“Escribo una y otra vez –contra mi voluntad- sobre las cosas que más temo”) Y la dedicación a las cuestiones esenciales de la vida: los afectos, la identidad, la posibilidad de hacer el bien aunque esto implique incurrir en un anacronismo. En un tiempo donde las únicas cosas que parecen importantes en la literatura son las que atañen a la literatura misma y sus minucias, Irving es de los que creen que los mejores libros son los que hablan, más bien, de otras cosas. Leyendo a William Goyen hace poco tiempo tuve (como la tengo cada vez que leo a Salinger) la misma sensación: de que la mejor literarura se produce cuando uno no está pensando en cuestiones librescas, sino más bien en los misterios de la vida.
Gracias, Fresán. Nuevamente.
Cuando termine el libro espero estarle agradecido a Irving otra vez, como lo estuve con Garp, The Cider House Rules y A Prayer for Owen Meany.