Marcelo Figueras
A ver si consigo explicar el asunto, que es complicado por naturaleza. El domingo pasado, en la provincia argentina de Misiones (un pequeño territorio en el extremo noreste del país, famoso por su tierra roja, por las cataratas del Iguazú y por sus ruinas de misiones jesuíticas) hubo una consulta popular. Lo que se votaba era si se le permitiría al actual gobernador Rovira, que ya va por su segundo mandato, presentarse a elecciones para volver a ser gobernador cuantas veces se le ocurriera. El líder de la campaña por el no era un obispo, hoy ex obispo, llamado Joaquín Piña, que sostenía que darle la oportunidad a Rovira de perpetuarse en el poder era antidemocrático. ¿Me siguen hasta aquí? La cuestión es que Rovira contaba con el apoyo explícito del Presidente Kirchner. Esto es fácil de explicar, por una parte, dado que Rovira fue de los primeros gobernadores provinciales en plegarse al proyecto de Kirchner, cuando el Presidente recién despegaba y estaba lejos de tenerlas todas consigo. En este sentido, el apoyo de Kirchner representaba una devolución de favores: Kirchner era leal con quien le había sido leal, y esto –se supone- no puede ser malo. Pero al mismo tiempo Rovira es uno de esos gobernadores que construye poder al viejo estilo de la política: otorgando prebendas cuando puede, y presionando –y hasta patoteando- cuando no le queda otra, aun cuando esto suponga ignorar la voz de los mecanismos de control democrático. Uno de los escándalos que se menearon en su contra durante la campaña fue el de un asesinato en el que está implicado el hijo de una legisladora rovirista, y que en condición de tal no está preso. Como ocurre en tantas provincias argentinas, el gobernador es feudal y se impone por encima de los demás poderes republicanos –incluso por encima de la Justicia.
Es verdad que Rovira resultaba una versión superadora de su antecesor, Ramón Puerta; pero en el mismo sentido, lo mejor que podía predicarse en su favor era que se trataba del mal menor. En el bando contrario estaba el ex obispo Piña, a quien todos reconocen como uno de los pocos referentes progresistas de un Episcopado más bien reaccionario. Por eso mismo Piña se cuidó en campaña de criticar a Kirchner, con cuya política de derechos humanos concuerda; todo lo que dijo al respecto es que consideraba que Kirchner se había equivocado al apoyar a Rovira en Misiones. El problema radica en buena parte de los que apoyaron expresamente a Piña. Para empezar, tratándose de quien se trata, es innegable que detrás de Piña está la Iglesia argentina, a quien un periodista que admiro, Horacio Verbitsky, suele adjudicar el deseo de convertirse en el partido de oposición al actual gobierno. (De hecho el titular del Episcopado, Jorge Bergoglio, manifestó su respaldo a Piña aun en contra de la voluntad del Vaticano.) También apoyó a Piña el ex gobernador Ramón Puerta, que tal como dijimos es una versión empeorada y empiojada de lo que Rovira es. Y Mauricio Macri, el candidato de la derecha argentina. (Que, dicho sea de paso, ya lleva realizados unos cuantos negocios oscuros con Puerta, a quien le debe favores.) Y el ingeniero Blumberg, que ya ha saltado de pedir justicia por el asesinato de su hijo a la política grande, que tan grande le queda. Es decir: detrás de un reclamo lícito como el que Piña expresaba viene mucha gente que acuerda con él, pero también otra mucha de intenciones oscurísimas, una suerte de Armada Brancaleone de la reacción argentina.
La cuestión es que el no que Piña propugnaba ganó el domingo, por amplio margen. Es verdad que la conducta de Piña fue ejemplar: ni siquiera en el triunfo se avino a criticar a Kirchner, y además se negó a recibir a Macri y a Blumberg e insistió en que su actividad política terminaba aquí. Pero la visión de Macri, Blumberg, Puerta y Bergoglio celebrando lo que consideran “su” triunfo es algo que revuelve el estómago de muchos, yo incluido. Sin embargo entiendo que la mayoría del pueblo misionero emitió un mensaje en las urnas que estaría bueno que Kirchner asimilase, en especial a la luz de acontecimientos de las últimas semanas como el de las patotas metidas en el conflicto de un hospital y la gresca intrasindical del 17 de Octubre, o como los próximos intentos de perpetuarse en el poder de otros gobernadores provinciales, como el de Buenos Aires y el de Jujuy. Entiendo que se trata de una cuestión con la que Kirchner no contaba, un problema que se le metió por la ventana: el Presidente asumía que su tarea era sacar adelante al país, y que para ello no tenía más remedio que usar –con todo el rechazo que esto le inspira, después de su fracaso en el intento de nuclear a todo el progresismo argentino- las herramientas que tenía a mano, como por ejemplo la estructura política del peronismo y sus caciques provinciales. Creo que Misiones le está diciendo a Kirchner que la gente espera todavía más de él: no sólo que saque a flote a la Argentina, lo cual es en sí misma una tarea titánica, sino que además lo haga construyendo poder de una manera transparente. Basta de políticos mafiosos, basta de políticos que se consideran por encima de la ley: ese parece ser el reclamo.
Yo comprendo que la cuestión irrite a Kirchner, en la medida en que los más vocales defensores de la transparencia republicana son aquellos medios que no decían ni pío de la transparencia ni de la República durante la dictadura militar. Pero hay que diferenciar al mensaje del mensajero, sobre todo cuando los votantes expresan que el mensaje también los representa. Creo que Kirchner debería hacer de tripas corazón y adueñarse del reclamo para hacerlo suyo, como lo ha hecho ya con tantas otras cuestiones que eran reclamo popular, desde la política de derechos humanos, pasando por la economía hasta el saneamiento de la Corte Suprema. La gente ya vio que Kirchner pudo con cuestiones peliagudas que se creían de imposible resolución, y ahora le pide más. Le pide que construya poder de modo más transparente, para que cuando no esté no volvamos a quedar prisioneros del peronismo que gobierna a lo cacique o impide gobernar.
Me pregunto si este resultado incidirá decisivamente sobre la cuestión de si Kirchner se presenta o no a la reelección que la ley le permite el año próximo. Hoy intuyo que su candidata será Cristina Fernández de Kirchner.