Marcelo Figueras
Ayer recibí un comentario de Sebastián Ciego (no sé si el nombre es real, o tan sólo autoinfligido) que me llegó como un guantazo en el rostro. Me consta que Sebastián no buscaba ofenderme, de hecho suscribía las palabras elogiosas que yo había dedicado a la película francesa El latido de mi corazón. Sebastián se decía impresionado, encontraba en el film “algunas de las cualidades que más aprecio en el cine: ritmo, dureza, vitalidad”; su texto proseguía con calidad y emoción. Pero una frase soltada al pasar me aguijoneó. Uno de los motivos por los que Sebastián ensalzaba la película de Jacques Audiard era porque, según él, carece de “esa sensiblería bienpensante y solidaria que aniquila de raíz todo proyecto del cine español e hispanoamericano”.
Fue como oír un racimo de uñas rayando el pizarrón.
Por supuesto, existen gustos y gustos. Yo también disfruto con las películas que tienen ritmo, dureza y vitalidad (por algo hablé bien de El latido de mi corazón), pero también me gustan algunas otras que son lentas, y sentimentales, y lánguidas, porque en esencia me gusta el cine: todo el (buen) cine, sin excepción de género ni de tono narrativo. Lo que no puedo compartir es el diagnóstico de que si hay algo que está mal en el cine español e hispanoamericano es su “sensiblería bienpensante y solidaria”. ¡Por el contrario, creo que es una de las pocas cosas que está bien en nuestra cinematografía!
Déjenme separar la paja del trigo. No defiendo las películas que abordan un tema serio y conmovedor con torpeza narrativa; existen demasiados films menores que abordan temas mayores, yo también estoy harto de sufrir chantajes emocionales, de que me fuercen a aplaudir un relato por su tema en vez de por su arte. Por eso mismo celebro cuando nuestro cine da el doble salto mortal de estimular la percepción estética y a la vez poner en movimiento corazones y cabezas: porque como cinéfilo tengo apetito de buenas películas, pero como latinoamericano siento además la necesidad de que desarrollemos nuestra sensibilidad y nuestro costado solidario. De otro modo, estaría abriendo los ojos en el cine y cerrándolos al salir a la calle.
Yo creo, Sebastián, que este cine bienpensante y solidario del que abominas nos resulta necesario, porque vivimos en un continente castigadísimo donde se ha instigado a la gente a salvarse como pueda, aunque esto signifique devorarse al otro. La solidaridad es un músculo atrofiado al cabo de treinta años en desuso; una de las cosas que evitó que yo perdiese su uso definitivamente fueron las películas bienpensantes y solidarias que me llegaban desde el exterior, desde Matar a un ruiseñor a La lista de Schindler.
Pero además estoy convencido de que ese cine es lo que mejor hacemos. Pienso en La historia oficial, pienso en Estación central, pienso en Diarios de motocicleta, pienso en Kamchatka. (¿Queda claro por qué me siento implicado?) Yo creo que esas son las películas que perdurarán, porque narran con arte y tienen el corazón en su lugar: son sensibles, lo cual me resulta imprescindible en este lugar y en este tiempo, sin ser sensibleras. Y si las hacemos tan bien, ¿por qué deberíamos de dejar de hacerlas para imitar otras sensibilidades? Yo no encuentro sensibilidades demasiado imitables en el cine de hoy. ¿Por qué creen que Jacques Audiard necesitó escapar de la sensibilidad francesa y buscar inspiración en una película americana de los 70 para El latido de mi corazón? Es obvio que no se siente interpelado por la mayor parte del cine norteamericano de hoy, pero tampoco por el europeo, que se pasa de rosca por cerebral, individualista y angustiante. ¿Existe algo más sensiblero, bienpensante y solidario que el protagonista de El latido, que abandona la violencia que es su modo de vida para convertirse en mánager de una pianista clásica, y para más datos asiática? Todo lo que le falta al film es un cartel final que diga: ¡viva la corrección política!
También podría ponerme historicista y citar buena parte del mejor cine italiano, español y mexicano de siempre, y apelar a los fantasmas de De Sica y de Fellini y de Visconti para que certifiquen por mí que este corazón “bienpensante y solidario” ha sido parte sustancial del aporte latino al cine mundial. ¿Por qué deberíamos dejar de mirar a nuestros maestros para imitar a otros, cuando nuestra realidad ha cambiado poco y nada desde la Segunda Guerra hasta aquí –en todo caso, ha empeorado?
Es verdad, de tanto en tanto sufro la tentación de escribir algo con un protagonista que es como un lobo, un muchacho cool que sufre y hace sufrir en la jungla de la ciudad. Pero después me digo que eso sería una falta de imaginación de mi parte, porque el mundo ya es oscuro de por sí y la gente que sufre y hace sufrir abunda, y entonces me lanzo a buscar historias que van a contrapelo de los tiempos, que apuestan a encontrar un corazón palpitante debajo de tanta armadura: yo quiero encontrar protagonistas que puestos en la situación adecuada opten por tender la mano en vez de retirarla. ¡Esto sí requiere de mi imaginación!
Dame la oportunidad de no ser cool, Sebastián. Dame la oportunidad de hacer un cine y una literatura que aunque más no sea enciendan una llamita en el paisaje frío y oscuro del mundo que nos tocó vivir. Porque para iniciar una reacción en cadena no hace falta más que un fósforo. O una buena película. O un gran libro.