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El interminable grito de Lester Bangs

Por 9 de marzo de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Hace poco conseguí en una librería de Barcelona (la Central, para ser precisos) un libro que había codiciado durante años: Psychotic Reactions and Carburetor Dung, de Lester Bangs. ¿Quién es Bangs? Uno de los periodistas más creativos e irreverentes que haya producido la cultura del rock en USA –y uno de los más muertos, desde aquel abril de 1982 en que, según Greil Marcus, su organismo sucumbió a modo de protesta por haberlo privado de su dieta habitual de drogas y de alcohol. Algunos quizás recuerden al personaje del periodista que interpretaba Philip Seymour Hoffman en Almost Famous, aquel que hacía de mentor al protagonista del filme: pues bien, ése es Bangs, o al menos eso pretende Cameron Crowe, que lo conoció mucho antes de dedicarse al cine, cuando recién comenzaba a escribir para la Rolling Stone. No deja de ser irónico que la edición de Psychotic Reactions que compré diga, debajo del nombre de Bangs, star of Almost Famous, lo que seguramente producirá que el hombre se retuerza en su tumba. Que se lo recuerde ante todo como personaje de un filme de Crowe es un despropósito, Bangs según Crowe es como Henry Miller según Walt Disney: la versión PG de una personalidad XXX. ¡Si por lo menos lo hubiesen convertido en personaje de una peli de Rob Zombie…!

Releer los artículos de Bangs sigue siendo delicioso: el hombre escribía como los dioses, era irreverente y dejaba caer en cada texto más ideas que muchos en la totalidad de su carrera periodística. Su ambición era tan disparatada como magnífica, una vez se definió a sí mismo como “un contendiente, si no hoy, mañana, al título de Mejor Escritor de América (¿quién es mejor? ¿Bukowski? ¿Burroughs? ¿Hunther Thompson? Déjenme de joder. Yo fui el mejor. No escribí otra cosa que críticas de discos, y tampoco escribí tantas…” Lo decía medio en broma, pero también medio en serio, y esa es la mitad que cuenta. La frase que culmina sin cerrar el paréntesis abierto funciona como su misma historia, una vida sin clausura, sin verdadero cierre más allá de los puntos suspensivos que sugieren un continuará, o el desafío para que alguien continúe la frase allí donde quedó, porque si hay algo que necesitamos –y muy particularmente en América Latina- son más periodistas, perdón: más escritores como Lester Bangs.

Es fácil disentir con sus preferencias estéticas. A Bangs le gustaba el aspecto más primal del rock, ya fuese tal como lo expresaban bestias como Iggy Pop & The Stooges o estetas que optaban a consciencia por la distorsión y el ruido. (Metal Machine Music, un álbum doble de Lou Reed que es sólo feedback y disonancias, era uno de sus discos favoritos.) Por eso le costaba apreciar a David Bowie, en quien veía a un poseur, un hombre que llegaba al rock sabiéndolo un artificio, una construcción cultural que, una vez superada la etapa de los orígenes, se estaba convirtiendo en algo tan elaborado y autoconsciente como el teatro kabuki. La visión de Bangs era dionisíaca, porque favorecía la pérdida de sí mismo en el mar de la celebración comunitaria. “La política del rock and roll, en Inglaterra, en América o en donde sea”, escribió alguna vez, “es la de hacer posible que un montón de pibes se frían a sí mismos hasta salir de su propia piel gracias a la propulsión más abrasiva que puedan encontrar, por una noche que pretenderán que es el resto de sus vidas, aunque al día siguiente regresen a trabajar a la tienda o al aburrimiento o a la cola del cheque por desempleo o a las pavadas de la televisión en el living de Papi y Mami”. A este respecto, la estética de Bangs era inequívoca: “Nadie se molestó nunca en decirle al noventa por ciento de los músicos que la música versa sobre sentimientos, pasión, amor, alegría, miedo, esperanza, lascivia, EMOCIÓN EXPRESADA DE LA FORMA MÁS DIRECTA Y PODEROSA POSIBLE”. (Las mayúsculas son suyas, por supuesto.) La definición se parece mucho a la que Samuel Fuller da sobre el cine en la peli de Godard Pierrot le Fou. Y creo que alguien debería adaptarla para hablar de literatura, hoy más que nunca y en especial entre nosotros, que venimos de países y de culturas que SON PURA EMOCIÓN AUNQUE NO LO PAREZCA PORQUE ESTAMOS RODEADOS DE ESCRITORES MOJIGATOS QUE SE CONTENTAN CON EL APLAUSO DEL NERD DE LA FACULTAD. (Estas mayúsculas son mías, lo admito.)

La estética de Bangs no le deja más remedio que dar el otro paso y volverse ética. Está claro que solía ser pesimista (“Enfrentémoslo, no podemos cooperar y nos odiamos unos a otros”), pero aún en lo más profundo de su depresión encontraba fuerzas para defender una excelencia que encontraba en el arte y no podía dejar de aplicar a la vida: “Existe una guerra hoy en día que va mucho más allá de la del resto-de-la-sociedad versus los punks,” escribió en 1978, “es la guerra por la preservación de nuestro corazón contra todas las fuerzas que conspiran para asesinarlo”. Por eso no tenía problema alguno en desmenuzarse en público, analizando los límites de su pensamiento y haciéndose cargo de sus propios prejuicios y hasta de su culpa liberal. Para Bangs, perdemos esa guerra de la que hablaba –que no sólo sigue existiendo hoy, sino que es todavía más feroz que entonces- cuando nos negamos a asumir que su maldad existe. “En otras palabras, cuando asentimos (con esa maldad) por pasividad o por indiferencia”.

Lester Bangs nunca dejó indiferente a nadie. Extraño su lucidez, una gema cada vez más rara en los medios de comunicación.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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