Jean-François Fogel
Por fin, Francia tiene lo que más le gusta: una elección con figuras de políticos al borde de una crisis de nervios. Tengo como disciplina no escribir sobre política francesa en mi blog, pero al hablar hoy de la elección presidencial me involucro en lo que es más bien un deporte. Desde ayer, el partido tiene otra cara y a Francia le encanta este cambio.
Durante meses, la prensa resumía la elección presidencial en un mano a mano, un enfrentamiento entre Ségolène Royal, candidata del Partido Socialista, y Nicolas Sarkozy, ministro del interior y candidato de la Union pour la majorité présidentielle. Pero desde ayer un tercer candidato, François Bayrou, candidato de la Union pour la démocratie française se mueve al mismo nivel (respectivamente 25 %, 26 % y 24 % de las intenciones de votos en el último sondeo). Bayrou es, como Sarkozy, un hombre de derecha. Pero habla de romper el duopolio de los dos grandes partidos y, por el momento, su discurso funciona. Francia pasa de un partido entre dos candidatos a una pelea indescifrable entre tres personas con el temible Jean-Marie Le Pen, de ultra-derecha, en la sombra. Francia sabe que los tres mosqueteros eran cuatro.
Cualquier persona que entienda francés (y hay muchas entre los castellanohablantes) puede comprobar que lo que dicen los candidatos viene de muy lejos. Viene de la Revolución Francesa, la de 1789, que tanto impacto ha tenido en América Latina. Las palabras República, Nación, Igualdad (más que Libertad) pintan un país que no sabe cómo reconciliar la visión de sí-mismo con su presencia cada día más floja en un mundo globalizado. El enfrentamiento entre izquierda (Royal) y derecha (Sarkozy) ofrecía un paisaje clásico. Ahora, con tres, o más bien tres y medio, Francia no se reconoce en el espejo. Y las palabras de los candidatos amplían la confusión.
François Leotard, un ex ministro de derecha, y un ministro muy mediocre, es un francés que se jubiló de la política para escribir novelas. Intenté leer su primer libro, y el escritor me pareció peor que el ministro, pero al leer una reseña sobre su tercer libro, en Le Monde apunto una frase suya que dice mucho sobre la política en Francia: "Avec le roman, dice Leotard, j’essaye de retrouver une liberté verbale que j’avais perdue. Il faut redonner un sens aux mots que l’on emploie." (Con la novela, intento recuperar una libertad de expresión que había perdido. Hay que devolver su sentido a las palabras que uno utiliza).
Es una magnífica evocación de la campaña electoral en Francia: un ejercicio de retórica hecho por políticos que torturan el idioma en vivo, frente a sus electores. Dicen “contribución” para no dañarnos con la palabra “impuesto”, hablan de “controlar” cuando deberíamos oír “prohibir” y proponen “estudiar la posibilidad” para eludir un “no tenemos los recursos”. En los años sesenta, un primer ministro, para contestar a una pregunta sobre los barrios o favelas de los suburbios de París sin reconocer su existencia, utilizaba el término “zonas de viviendas espontáneas en la periferia urbana”. La huída de los políticos entre las palabras sigue igual, pero el partido es fabuloso.