Marcelo Figueras
Fue un placer escuchar a Juan Villoro en la Feria del Libro de Buenos Aires. Con la excusa de presentar su libro de cuentos Los culpables, que aquí publica Interzona, el mexicano habló de todo un poco: de su padre profesor de filosofía y de su madre psicóloga, de la abuela yucateca a quien le atribuye el don de la imaginación, de su admiración por el relator futbolístico Angel Fernández -dueño, según Villoro, de capacidades narrativas que adjetivó como "homéricas"- y de su visión de la crónica periodística como una forma del relato tan válida como la mejor ficción. Para Villoro (yo disiento aquí, pero no viene al caso), el mejor García Márquez no es el de sus novelas, sino el de Relato de un náufrago.
Cuando se le preguntó cuál de sus propias crónicas lo había marcado más, Villoro recordó una excursión a terreno zapatista en 1994. Como los locales seguían venerando los espejos como si se tratase de materiales preciosos (según Villoro, viajar a ciertas partes de México equivale a viajar en el tiempo hacia el Neolítico), los zapatistas los habían prohibido. Al cuarto día de aventura, angustiado por la imposibilidad de ver en qué se había convertido su rostro, Villoro corrió hasta un vehículo que había llegado a la región y se buscó en el espejito retrovisor, donde la leyenda convencional cobró nuevas resonancias: Los objetos están más cerca de lo que se ve. Por allí pasa la diferencia entre la crónica y la ficción, dijo Villoro. Un escritor de ficción puede ser en esencia un niño caprichoso. Un escritor de crónicas está obligado a salir al mundo, y a entender que todas las cosas están más cerca nuestro de lo que creemos.
Hablando de sus inicios en el periodismo, Villoro recordó que las redacciones mexicanas estaban por entonces llenas de argentinos ‘todo terreno’, que podían escribir tanto policiales como artículos sobre la política de hidrocarburos. A esos argentinos les decían ‘los inevitables’. Varias décadas después, con novelas como El disparo de argón y El testigo y libros de relatos como el flamante Los culpables, Villoro se ha convertido en uno de los referentes más notables de las letras de Hispanoamérica, sobre las que hoy pesa, sin duda alguna, como el verdadero inevitable.