Marcelo Figueras
Esta es una máxima de la que ninguno de nosotros se libra. Anótenla: Todo escritor es, o llegado el caso se comportaría como, groupie de (al menos) un escritor entre sus contemporáneos.
Cualquier escritor que pretenda lo contrario está mintiendo como una marrana. Por supuesto, la forma que los escritores tenemos de manifestar nuestra devoción suele ser bastante peculiar. Conozco varios que estarían más que dispuestos a prender fuego a sus ídolos y después comérselos, a la mejor manera de ciertas tribus de antaño. Pero (por fortuna para los grandes escritores) no todos tenemos instintos tan antropofágicos.
Si tuviese que confesarme, mi lista sería larga. Empezando por Ondaatje, claro. Podría ser Chabon, también. Salinger se me ha muerto hace tan poco… John Irving, claro. ¡Lorrie Moore! Dennis Lehane. …En fin: ¡muchos más!
Todo lo que antecede es preámbulo para esta pequeña historia. Digamos que la semana pasada, por obra y gracia de un amigo dilecto, tuve la fortuna de cenar aquí en Barcelona con uno de esos escritores a los que admiro profundamente. Una vez superado el pánico escénico, la velada se convirtió en una de esas noches que recordaré siempre. Porque no volteé botella de vino alguna y porque no flambeé a nadie, para empezar, pero ante todo por los méritos del escritor en cuestión. (Cuyo nombre mantendré en secreto, si me permiten, dado que se trató de una cena privada y no de un encuentro profesional.)
A los méritos artísticos que ya me constaban sobradamente, este hombre sumó el mayor de los encantos. Hizo gala de humor y de sensibilidad, demostrándome que más allá de su ideario estético, tenía –como su ficción permitía entrever- el corazón en el lado correcto del pecho. Además me trató como el igual que no soy, y sobre el final dio prueba de su generosidad, no sólo porque se hizo cargo de la cuenta (God save America), sino porque por motu proprio me instó a mantenerme en contacto. (¡El sueño dorado de todo groupie!)
Descubrir que un artista está a la altura de sus obras como ser humano, créanme, no es tan habitual como a uno le gustaría. Este gremio tiene mayor proporción de miserables que la mayoría. Por fortuna, tanto mi amigo como el escritor de marras son una (maravillosa) excepción a la regla.