Marcelo Figueras
Cuando descubrí el flamante volumen en una librería (Espíritu de simetría: escritos de Angel Faretta en ‘Fierro’, 1984-1991) lo compré de inmediato. Durante los años que el título subraya, los artículos de Faretta en la revista que dirigía Juan Sasturain se convirtieron en un faro para mí. Ya fuese hablando de cine o de literatura, Faretta rompía los moldes del trabajo crítico: lejos de conformarse con las convenciones del métier, introducía ideas o nociones insólitas, que el lector por supuesto no había imaginado encontrar pero que, una vez desplegadas, completaban de manera epifánica el edificio de su argumento. Si me obligasen a decir quiénes encarnan para mí el modelo del ensayista o del crítico, elegiría al Greil Marcus de Lipstick Traces y Mistery Train (otro que es una máquina de generar asociaciones tan inesperadas como enriquecedoras) y por supuesto, a Faretta.
En Marcus, en Faretta, el ensayista funciona como al Scotty del clásico hitchcockiano Rear Window: alguien que está condenado a mirar, y que termina viendo algo que aunque lo sorprende -con temor, con temblor-, constituye aquello que había salido a buscar, ni más ni menos.
Espíritu de simetría incluye textos maravillosos sobre Coppola, Welles, Carpenter, Wenders y Friedkin, sobre Ballard, Borges, Beckett y Simenon, sobre Columbo, Graham Greene y Peter Weir. Y aunque uno no coincida siempre con Faretta (que por ejemplo, revisa anteriores valoraciones sobre Bertolucci para calificarlo ahora de ‘vidrierista’), encontrará que hasta el más desaforado de sus argumentos obliga a considerar las cosas desde un punto de vista poco visitado.
‘…el nuestro es un país saturniano’, dice al final del prólogo: ‘primero devora a sus hijos y luego cae en la melancolía’.
Con Faretta, uno siempre da con algo distinto de lo que pensaba encontrar.