Marcelo Figueras
Por supuesto, el mundo está lleno de novelas que no quieren descubrir ni conocer territorios nuevos. Novelas que, según Kundera, "no agregan nada a la conquista del ser", que "tan sólo confirman lo que ya ha sido dicho". Es inevitable que así sea. Todos nosotros necesitamos leer novelas que tan sólo nos entretienen, o confirman nuestra visión del mundo. Nadie es iconoclasta, o explorador, o visionario full time; para lanzarnos a esas empresas hace falta energía, y esa energía se almacena durante largos períodos de tiempo. Ni siquiera los grandes escritores son siempre geniales. Sus carreras están llenas de obras menores, quiero decir menores no sólo por su concreción sino también por designio. Cervantes escribió tan sólo un Quijote. (En realidad fueron dos, pero ustedes entienden a qué apunto.)
Lo que es indiscutible es, tal como Kundera lo expone, si tan sólo se editasen novelas de estas que "no descubren ningún segmento nuevo de la existencia", la muerte del género ocurriría de inmediato. No porque dejen de editarse, sino porque la historia de la novela -esto es, el arco de su desarrollo ininterrumpido, de Cervantes a Carlos Fuentes- se habría detenido entonces para limitarse a la repetición de lo ya hecho, a una duplicación de sus formas vaciada de su espíritu.
Como imaginarán, Kundera está muy lejos de creer en la inminencia de esta defunción. En El arte de la novela marca cuatro pistas por las que cree que el género todavía tiene mucho que dar: la del atractivo del juego (a lo Tristram Shandy, a lo Jacques Le Fataliste), la del atractivo del sueño (como en Kafka, que fusiona como nadie sueño y realidad), la del atractivo del pensamiento (como en Musil, que concibe la novela como la síntesis intelectual suprema) y la del atractivo del tiempo, que Proust y Joyce desarrollaron para que tantos otros -Kundera menciona a Aragon y Fuentes- siguiesen desovillándolo. "Si la novela fuese a desaparecer de verdad -afirma-, no se debería a que hubiese agotado sus poderes, sino porque existiría en un mundo que se le vuelve cada vez más ajeno". ¿Y de qué forma se expresaría esa ajenidad creciente? Una con la que lamentablemente tenemos una enorme familiaridad. "La estupidez moderna no es la de la ignorancia, sino la del no-pensamiento de las ideas recibidas". Esto es, la catarata de nociones que nos llega a través de los medios de comunicación y que asimilamos de manera acrítica, como si se tratasen de verdades reveladas.
Y la novela, o por lo menos la novela como Kundera la entiende y yo querría entenderla, debería ser la perfecta antítesis del no-pensamiento. Según Kundera, esta novela debería decir siempre: "Las cosas no son tan simples como parecen". Si alguna sabiduría tiene este género es la del cariño con que se abraza a la incertidumbre. "La novela es incompatible con el universo de lo totalitario. Su incompatibilidad… no es sólo política o moral, sino ontológica. El mundo de la Verdad única y el mundo ambiguo, relativo de la novela están hechos de sustancias completamente diferentes. La Verdad Totalitaria excluye la relatividad, la duda, el cuestionamiento; nunca puede acomodarse a lo que yo llamo el espíritu de la novela".
Lo cual me pone a pensar en las novelas que se escriben hoy en idioma español. Umm. La seguimos mañana.