
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Nunca me lavé las manos con tanta frecuencia. Después me aplico alcohol en gel, por las dudas. Si llego de la calle me cambio de ropa y uso el gel hasta en la cara. Pero casi no salgo de casa. Esto no es raro cuando estoy hasta las narices en una novela. Sin embargo no necesito salir para registrar lo ominoso que flota en el ambiente –más allá de los virus, quiero decir.
El nivel de ruido que llega por el balcón es menor al habitual. El mundo suena con sordina, como ocurre cuando es feriado.
Todos los días parecen feriado. Y ahora que suspendieron los teatros y limitaron el acceso a los cines, peor todavía.
Las pocas veces que salgo recurro a un taxi. Los taxistas no hablan o hablan de la peste. Uno de ellos me dice que rocía el interior del vehículo con alcohol, cada vez que baja un pasajero. Después de pagar bajo rápido, para no ser fumigado como un mosquito.
Una sola vez viajo en el metro. Como resulta esperable, hay menos gente de la que suele haber a esas horas. Lo que me alivia de la peste es que, me digo, en algún sentido es democrática. Ya no se trata de sospechar tan sólo de los pobres, como de costumbre. La peste te la puede contagiar una chica rubia, o una señora paqueta a lo Rosa Martínez. Pero en seguida me corrijo: la enfermedad es democrática en el contagio, sin embargo es fascista en sus consecuencias. La gente que vive mal y come peor es la única candidata a morir. Los bien alimentados, como el jefe del gabinete de Mauricio Macri, se recuperan enseguida.
Me lo imagino a Macri rociando el escritorio de su subordinado, apenas enterado de la noticia. Aunque ya sé que mi imaginación desvaría, porque Macri no es de los que hace nada por mano propia –salvo firmar la reducción de becas en las escuelas o designaciones de gente nefasta, como el ‘Fino’ Palacios.
¿Cuánta gente morirá año tras año de la gripe común, aquella que no se hizo merecedora de siglas raras o atribuciones animales? Apostaría cualquier cosa a que muere más gente que la que murió y morirá este año por cuenta de la H1N1. Pero vuelvo a las consecuencias fascistas de este mal: los que sucumben a la gripe común debe ser gente pobre, niños, viejos, moradores de sitios remotos del país –la clase de gente que no da bien en cámaras, y por ende no califica para las noticias.
Yo no conozco a nadie que se haya pescado la H1N1. A veces me pregunto si todo esto no será un reality show a escala planetaria.
Si vendiese barbijos con la leyenda Michael Jackson tenía razón me llenaría de dinero.