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Cuenta regresiva para el Oscar (2)

Por 20 de febrero de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Marcelo Figueras

Dos de las candidatas a mejor película son relatos sumamente estilizados, que apuntan a una épica de lo personal: The Curious Case of Benjamin Button, de David Fincher, y Slumdog Millionaire, de Danny Boyle.

          Con Button me pasó una cosa curiosa. Durante la primera media hora sentí un entusiasmo enorme: me parecía que el guión de Eric Roth (uno de los escribas más respetados de Hollywood, a quien suele recordarse por Forrest Gump) se había liberado de toda atadura y prejuicio y narraba con aliento y recursos que sólo puedo describir, intentando elogiarlos, como literarios. Después empecé a verle costuras, a disfrutar menos de algunos episodios y a encontrarle defectos estructurales. Pero cuando terminó -y sólo cuando términó, mientras rodaban los créditos- la película me arrasó como una ola.

          David Fincher me parece uno de los pocos autores del cine americano de hoy: Seven, Fight Club y Zodiac son películas que me gustan mucho. Creo que la crítica no le perdonó Button porque tiene elementos emocionales que hasta ahora estaban ausentes de su cine. Durante muchos años el guión de Button circuló por Hollywood con la doble leyenda de que era genial y a la vez infilmable. Inspirado en una narración breve de F. Scott Fitzgerald, Button narra la historia de un hombre que nace viejo y rejuvenece año tras año, rumbo a una muerte que sólo lo encontrará cuando llegue a bebé. Fincher se hizo cargo de la dificultad de filmar lo imposible, utilizando la tecnología digital para tornar verosímiles las distintas edades del personaje interpretado por Brad Pitt. Pero se acobardó con los elementos emocionales, que trató de limitar al máximo. La elipsis que nos roba la reacción de Button ante la muerte de su madre nos roba, también, una posibilidad importante de aproximarnos al interior de un personaje que ya resulta distante por la peculiaridad que define su vida.

          De todos modos, más allá de lo que yo entendí como defectos, la película me conmovió. ¿Habrá influido el hecho de tener la edad que tengo a la vez que soy padre de un niño de meses? Seguramente: estoy muy sensible a la velocidad con que transcurre la vida y a lo efímero de (casi) todo. Siento, como Button, que los días se me escurren entre las manos como agua; pero creo como Daisy (una Cate Blanchett más bella que nunca) que algunas de las cosas que he vivido y estoy viviendo -las más esenciales, qué duda cabe- seguirán latiendo aun cuando yo ya no esté.

          En cambio Slumdog Millionaire nunca escapa a la emocionalidad. Historia de un niño de la calle de Mumbai, India, que llega a competir por 20 millones de rupias en el programa televisivo ¿Quién quiere ser un millonario?, Slumdog es un vendaval que arrastra al espectador, llevándolo de paseo por todas las emociones y apelando a todos sus sentidos; pocas películas he visto más llenas de color y sonidos inolvidables -casi juraría que hubo secuencias en las que pude oler los perfumes del lugar.

          Muchos han dicho que la película tiene un aire dickensiano, no porque haya sido editada por Chris Dickens -que dicho sea de paso, se merece su Oscar- sino por su mirada a la crueldad en que crecen tantos niños y su sentimentalidad desembozada, tan propia del autor de David Copperfield. Yo creo que antes que eso es cine puro: un relato que hace uso de casi todos los recursos lícitos del medio, nos cuenta un mundo que hasta entonces desconocíamos, pone a funcionar todas nuestras emociones y nos hace pensar mientras avanza como un tren que nunca deja de ser una fiesta. Quizás no sea genial, pero es todo lo que yo busco en una película cada vez que voy al cine. De todas las candidatas al Oscar que vi me parece la más perfecta, porque no sucumbe a ningún prejuicio -como creo que hizo Fincher- y porque al igual que su protagonista, el delicioso Jamal, hace todo lo que es necesario para ganar.

           Si Wall-E y The Dark Knight compitiesen en esta categoría, tal vez dudaría. Pero como a una la mandaron a Cine Animado y la otra no figuró, mi corazón -siempre dickensiano, qué duda cabe- está con Slumdog.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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