Marcelo Figueras
Anoche vi el primer capítulo de la nueva temporada de Los Soprano, y el debut de otra flamante serie de HBO, Big Love, producida por Tom Hanks. Lo que me llamó la atención fue descubrir que, más allá de sus notorias diferencias (Tony Soprano es un mafioso de New Jersey, como bien sabrán, y el protagonista de Big Love es un empresario de origen mormón que está casado con tres esposas), las dos series versan sobre la misma obsesión: las dificultades del hombre moderno para estar a la altura de sus responsabilidades.
Les juro que no exagero. Tony Soprano trata de ser un buen mafioso (ya sé que la expresión suena contradictoria, pero es así), para honrar la tradición que le legó su padre, en un mundo que sin embargo ya no es como era. A la vez trata de cuidar de su familia, aun cuando eso implique olvidar convenientemente que su madre y su tío conspiraron para matarlo. (Anoche su tío estuvo cerca de lograrlo otra vez, cuando en medio de la niebla de su senilidad confundió a Tony con un mafioso muerto hace seis años y le disparó en el vientre.) Quiere además ser un buen marido, para una mujer que ya no se conforma con lo que recibió su madre: su esposa Carmela quiere respeto e independencia, además. Trata de ser un buen padre, en una sociedad en la que la autoridad paterna ha recibido un par de zancadillas de cuidado. Y todo mientras se psicoanaliza convenientemente y esquiva a diario las garras de la ley: lo que se dice una vida complicada.
El mormón Bill Hendrickson tampoco las tiene todas consigo. La mayoría de los hombres sabe cuánto cuesta (siempre en el aspecto emocional, a veces en el sexual, muchas veces en el económico) satisfacer a una mujer: ¡imagínense en la responsabilidad de satisfacer a tres! Multipliquen los hijos por el mismo número primo, imaginen el dinero necesario para abastecer tres casas, agreguen al guiso un hermano ¿ex? drogadicto y bueno para nada con mujer encinta, unos padres en plena crisis y un patriarca mormón con ganas de quedarse con sus negocios, y presto: he aquí la fórmula de la neurosis masculina siglo XXI. Por supuesto, ni a Tony ni a Bill les salen las cosas tal como soñaban.
No pretendo ignorar las dificultades que viven las mujeres desde hace ya décadas, en su intento de balancear el acto de madres-y-esposas con el de competidoras en el cruel y absorbente mundo laboral. Cuentan con todas mis simpatías, por cierto. Pero como además cuentan con toda la prensa, quería reservar este humilde espacio para solidarizarme con mi gremio en su lucha de estos tiempos, que no por menos publicitada es menos dura. Nosotros también debemos seguir haciendo todo lo que antes hacíamos, pero además ahora debemos ser sensibles, debemos aprender a expresar nuestros sentimientos, debemos escuchar más al otro, debemos tener paciencia sabia con sus procesos; debemos, en suma, dedicar quality time (¡y quality energy!) a nuestras relaciones, mientras tratamos de sobrevivir en un mundo que se ha vuelto más competitivo y, por ende, menos contemplativo con las necesidades que el sistema sólo identifica como debilidad. Simultáneamente debemos encontrar la noción de quiénes somos, que se ha extraviado de su viejo molde sin encontrar aun su paradigma nuevo. Todo esto al tiempo que el mundo multiplica sus guerras, los pobres emigran como ratas que escapan de un naufragio y las capas polares se derriten porque no saben lo que Bush sí sabe, esto es que el calentamiento global no existe.
Nos tocó en suerte la maldición de un tiempo interesante. Mientras contemplo el espectáculo de una nueva mañana, mi corazón está con Tony y con Bill, en quienes, más allá de las diferencias que nos separan (en lo que hace a Tony, mi madre trató de matarme de una manera diferente; en lo que respecta a Bill, mis tres mujeres no han sido simultáneas sino sucesivas), encuentro compañeros de viaje en la peligrosa travesía de ser hombres.