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Credo quia absurdum

Por 23 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Después de leer Un cuento de Navidad de Charles Dickens, Robert Louis Stevenson le escribió a un amigo cuyos datos se perdieron en la historia: “Lloré hasta que se me salieron los ojos, y tuve que presentar una pelea terrible para no sollozar. Pero oh, Dios mío, es tan bueno –y me sentí tan bien después de leerlo –tengo que hacer el bien y ya no perder más tiempo –tengo que salir y confortar a alguien… Oh, qué cosa más fantástica es para un hombre escribir libros como esos y llenar de piedad el corazón de la gente”.
Yo no sé por qué escriben los demás escritores. Pero sí sé que yo escribo con el ferviente deseo de producir en el lector el efecto que Dickens produjo en aquel entonces sobre el duro Stevenson. Creo que la literatura no perdió el poder de conmover al lector, aunque tantos escritores hayan hecho su parte para que al lector sensible no le quede más remedio que recurrir al cine en busca de emociones. Y que conste que cuando hablo de conmover no me refiero sólo a las lágrimas, pero tampoco quiero dejarlas afuera. Las lágrimas suelen estar presentes en los momentos más inolvidables de nuestras vidas, los buenos y los malos; si la literatura huye de esos momentos, se pierde algo esencial.
Ignoro en qué momento los sacerdotes de la alta literatura dictaminaron que lo excelso debía estar, de allí en más, divorciado de lo sensible. Durante siglos las grandes obras hablaron de los grandes temas, que estaban íntimamente ligados con los grandes sentimientos. Desde Homero hasta Cervantes, desde Shakespeare hasta Bellow, estas obras perduraron porque no costaba nada identificarse con los afanes de sus protagonistas. Todos amaban, temían, codiciaban, dudaban y al fin actuaban; triunfando o no, hacían algo en el mundo. Supongo que los abusos del romanticismo y la cruel experiencia de las guerras se conjugaron para que el siglo XX propendiera a los textos cerebrales y desesperanzados, textos que presentan la nada como programa y proponen la literatura como vía crucis, libros que parecen escritos por gente que nunca se enamoró ni se equivocó ni bailó ni hizo el ridículo: cabezas desgajadas del cuerpo, como las que recurren en Futurama, el dibujo animado de Matt Groening.
Yo amo los libros que me hacen pensar, pero los amo más cuando además me hacen reír, llorar, amar, temer, maldecir, viajar en el tiempo y en el espacio. Detesto, en consecuencia, pensar que los escritores le cedemos el ancho campo de los sentimientos al cine, la TV y a los best-sellers de aeropuerto. Porque al cederlo estamos cediendo buena parte del poder movilizador de la literatura, y en consecuencia convirtiéndonos en escritores reaccionarios. Gente que se contenta con hacer alarde de su lucidez, suponiendo que se preserva así de la mierda en la que todos estamos inmersos.
El mundo es un lugar complicado y la vida es un tránsito escabroso. En lo que a mí respecta, escribir ficción es mi intento de producir algo bello que sumar a lo bello ya existente, en la esperanza de contrarrestar, aunque más no sea en una mínima medida, la abundancia de tanta fealdad.

………………

Siempre me gustó la frase con que San Agustín justificaba su fe frente a los escépticos: “Creo porque es absurdo”. Me parece un programa de acción para los creyentes, pero muy especialmente para aquellos que amamos la ficción.
Feliz Navidad para todos, crean o no.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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